A Luciana Sofía
Por: Mauricio Rincón Andrade
Por: Mauricio Rincón Andrade
I. INTROITO
Requiem
Requiem aeternam dona eis, Domine:
et lux perpetua luceat eis. Te decet
hymnus, Deus, in Sion, et tibi reddetur
votum in Jerusalem: exaudi orationem
meam, ad te omnis caro veniet.
Requiem aeternam dona eis, Domine:
el
lux perpetua luceat eis.
Viena,
1791. Un misterioso hombre camina por las viejas y lúgubres calles de la
capital austriaca, está cumpliendo un encargo: dirigirse a la casa de uno de
los músicos más geniales y excéntricos de la época y encargarle la composición
de una obra, un Requiem. Ésta es una misa de difuntos que normalmente está
conformada por ochos secciones: Introito, Kyrie, Sequentia (compuesto por seis
números), Offertorium (dos números), Sanctus, Benedictus, Agnus Dei y Communio.
Se detiene frente a la casa y toca a la puerta. El hombre está vestido
totalmente de gris. Abre una mujer con ojeras, vestida con ropa de la época,
sus senos son hermosos. No lo deja pasar, espere un momento, ya le llamo a mi
marido. A los pocos minutos, sale el compositor. Un hombre más bien joven que
se ve viejo, cansado y preocupado, sin peluca y que se está metiendo el índice
derecho en una de sus fosas nasales. ¿Un Requiem?, no he compuesto ninguno
hasta ahora, mi patrón le envía la mitad de la paga (es mucho dinero), la otra
cuando entregue la obra, ¿acepta?, ¡por supuesto!, ¿a dónde llevo la partitura
cuando esté terminada?, yo vendré por ella, tómese su tiempo, yo estaré pasando
para averiguar cómo va el trabajo.
El
compositor le hace una venia al “hombre de gris” y cierra la puerta.
Wolfi, ¿qué quería ese hombre tan raro?-le pregunta su mujer-, encargarme
una obra, ¿y por qué estaba vestido de esa manera y tenía en el rostro una
máscara?, no lo sé, Constanza, y no me importa, lo único que sé es que pagó muy
bien, ji, ji ji. Ahora lo que yo quiero…¡son tus nalgas!, ¡Wolfi, por favor!,
¡quiero tus nalgas!, ¡Wolfi!
II. KYRIE
Kyrie eleison.
Christe eleison.
Kyrie eleison.
III. SEQUENTIA
N°1 Dies irae
Diesi rae, diez illa
Solvet saeclum in favilla:
Teste David cum Sibylla.
Quantus tremor est futurus,
Quando judex est venturus,
Cuncta
stricte discussurus.
El
dinero le vino muy bien a la familia, sin embargo, el compositor no empezó a
trabajar inmediatamente en el Requiem ya que de Praga le llega un trabajo más
importante. ¿Otra ópera, Wolfi?, sí, Constanza, esta es para la coronación de
Leopoldo II, rey de Bohemia, ¿y cuándo será la coronación?, el 6 de septiembre,
¡pero si eso es un mes!, ¿tú crees que alcanzarás a escribirla?, ¡claro que sí,
mujer de poca fe!, pero si todavía no has terminado esa otra, esa que estás
escribiendo para el vividor de Schikaneder, esa ya la acabé, mi mujercita, ¿en
serio?, sí, está aquí, en mi cabeza, sólo falta ponerla en el papel y listo,
ji, ji, ji, ¿Wolfi?, no se supone que tienes que trabajar en la ópera para la
coronación y en esa misa de difuntos, sí, ¿entonces, por qué te estás
arreglando para salir?, necesito buscar a Franz, él tiene que ayudarme con el
trabajo, espero que sea verdad, no llegues muy tarde, no lo haré, mi hermosa
mujercita, el niño está llorando, creo que quiere teta y no lo culpo, pues su
mamá las tiene muy hermosas, ¡Wolfi, quieto con esas manos!, amorcito, espero
que el dinero que vas a ganar con estos trabajos alcance para pagarle algo a tu
amigo Puchberg, mira que le debemos mucho, no te preocupes, Constanza, además,
necesito ir a Baden en los próximos meses a recuperarme del parto, tú sabes que
esos baños me caen muy bien, tú deberías vivir en el balneario de Baden, le
dice el músico mientras intenta meter la mano por el corpiño de su esposa, no
seas exagerado, bueno y ahora me voy, no tardes, Wolfi, no quiero verte
borracho de nuevo con tu amigote Schikaneder, ¿y no me vas a dar teta a mí?,
ji, ji, ji. Cierra la puerta y sale.
N°2
Tuba mirum
Tuba
mirum spargens sonum
Per
sepulcra regionum,
Coget
omnes ante thronum.
Mors
stupebi et natura,
Cum
resurget creatura,
Judicanti
responsura.
Liber
scriptus proferetur,
In
quo totum continetur,
Unde mundus judicetur.
¿Quid sum miser tunc dicturus?
Quem patronum rogaturus,
¿cum vix Justus sit secures?
N°3 Rex tremendae
Rex tremendae majestatis,
Qui salvandos salvas gratis,
Salva
me, fons pietatis.
Durante
las siguientes semanas, el músico trabajó febril y exclusivamente en la
composición de la ópera para la coronación de Leopoldo II, la cual llevará por
título La Clemencia de Tito. A su discípulo, Franz Xaver Süessmayer, le encargó
algunas partes menores de la ópera. La Flauta Mágica, la otra ópera que estaba
escribiendo, tendría que esperar a su regreso, lo mismo que el extraño encargo
del “hombre de gris”, del cual no había escrito una sola nota. La mañana del 24
de agosto se presentó a la casa del compositor nacido en Salzburgo el hombre de
la máscara. Wolfi, te necesitan en la puerta, el compositor se veía agotado,
pero, a diferencia del primer encuentro, estaba arreglado, con la peluca puesta
y con dos valijas cerca de la entrada. ¿Viaja usted?-pregunta el visitante-,
sí, viajo a Praga, me encargaron la ópera para la coronación de Leopoldo
II -le contestó el compositor-, ¡qué gran privilegio!, sí que lo creo, se
estrenará el 6 de septiembre, he estado trabajando día y noche en ella,
dieciocho días sin descanso y ya prácticamente está terminada, ¿prácticamente?,
sí, me falta muy poco, pero en la diligencia la terminaré, son cuatro días de
viaje y no se pueden perder solamente aplanando el…la cola, digo, ji, ji, ji,
se ve muy cansado, supongo que no ha avanzado mucho en mi encargo, para serle
sincero, no he podido empezar a escribirlo, pero le juro que a mi regreso
trabajaré exclusivamente en el Requiem., bueno, entonces, le deseo un buen
viaje y mucho éxito con su ópera, ¡muchas gracias!
El
extraño hombre vestido de gris y con una máscara se cruza en la calle con el
joven discípulo del compositor, Süessmayer, que se queda mirándolo con asombro.
Franz toca a la puerta del músico. Te estábamos esperando, Franz -le dice
Contstanza-, no me van a creer con el personaje que me acabo de cruzar en la
calle, ¿vestido como para una fiesta de disfraces?, sí, ¿cómo lo supo señora?,
es un cliente de Wolfi, ¿en serio?, ¿y qué clase de trato tiene con el
maestro?, me encargó la composición de un Requiem, ¡qué extraño!, ¿no lo cree
usted?, yo no le veo lo extraño, no es muy común que encarguen una composición
como esa, y además, ¿por qué se viste de esa manera?, no lo sé y no me importa,
no será, dice Süessmayer en tono de broma, un alma en pena que viene del más
allá para encargar la misa de sus propios funerales, deja de decir estupideces,
Franz (el compositor le da un golpe en la cabeza), ¿ya está lista mi amada
mujercita?, sí, Wolfi ya estoy lista, pues vámonos, Praga nos espera.
N°4 Recordare
Recordare, Jesu pie,
Quod sum causa tuae viae:
Ne
me perdas illa die.
Quarens me, sedisti lassus:
Redemisti crucem passus:
Tantus labor non sit cassus.
Juste judex ultionis,
Donum fac remissionis
Ante diem rationis.
Ingemisco, tamquam reus:
Culpa rubet vultus meus:
Supplicanti parce, Deus.
Qui Mariam absolvisti
Et latronem exaudisti,
Mihi quoque spem dedisti.
Preces meae nom sunt dignae:
Sed tu bonus fac benign,
Ne perenni cremer igne.
Inte oves locum praesta,
Et
ab hadeis me sequestra,
Statuens
in parte dextra.
El 28
de agosto, el compositor, su esposa y el discípulo llegan a Praga, tras cuatro
días de viaje. El compositor se veía agotado. Praga era una ciudad
especialmente querida por el genial músico. En ella, había estrenado algunas de
sus obras y siempre con grandes ovaciones por parte del público. Precisamente,
por pedido de sus majestades, se representaría el 2 de septiembre, cuatro días
antes de la coronación, su ópera Don Giovanni. Esta ópera había sido estrenada
en Praga en 1787 y había sido muy bien recibida por el público de la ciudad a
las orillas del Moldava. El mismo compositor dirigió la representación. La obra
arrancó de nuevo grandes aplausos.
El 6
de septiembre se lleva a cabo la coronación y ese mismo día se estrena La
Clemencia de Tito en el Teatro Nacional. Esos días el compositor se sintió
bastante indispuesto y por eso no pudo dirigir el estreno. La obra fue recibida
con bastante frialdad. No les gustó, Constanza, no digas eso, Wolfi, ¿acaso no
te fijaste como te aplaudieron?, no trates de engañarme, mujer, el estreno de
Don Giovanni fue apoteósico, esto fue un desastre, no durará mucho en escena,
no sufras, Wolfi, ya verás cómo te equivocas. No se equivocó. Las funciones
siguientes a su estreno la ópera fue representada con sala prácticamente vacía.
A
mediados de septiembre, el compositor, Constanza y Süessmayer regresaron a
Viena. Constanza llega un poco enferma, hace poco más de un mes que ha dado a
luz y el viaje ha sido muy largo. La situación de su esposo no es distinta, han
sido varias semanas de arduo trabajo y poco sueño, además, se siente afligido,
pues cree que su trabajo no fue suficientemente valorado por el público de
Praga. Constanza viaja al balneario de Baden, cerca de Viena, con Carl y Franz,
los hijos de la pareja. El compositor se queda en Viena terminando La Flauta
Mágica, obra que se estrenará el 30 de septiembre y que, a diferencia de La
Clemencia de Tito, le devolverá la alegría y el éxito a Johannes Chrysostomus
Wolfgang Amadeus Mozart.
N°5 Confutatis
Confutatis maledictis,
Flammis acribus addictis:
Voca me cum benedictis.
Oro suples et acclinis,
Cor contritum quasi cinis:
Gene curum mei finis.
N°6 Lacrimosa
Lacrimosa dies illa,
Qua resurget et favilla
Judicandus homo reus.
Huic ergo parce, Deus:
Pie Jesu Domine,
Dona eis Requiem. Amén.
Mozart,
después de la partida de Constanza y sus hijos a Baden, se vuelca por completo
a terminar La Flauta Mágica, obra que inaugurará un nuevo género: la ópera
alemana. No cumple el juramento que le había hecho al misterioso hombre, “le
juro que a mi regreso trabajaré exclusivamente en el Requiem”. El libreto para
esta famosa ópera fue escrito por Johann Joseph Schikaneder, que cambiará su
nombre de pila por Emmanuel, por el cual es mundialmente conocido. Schikaneder
era un viejo amigo de Mozart, tenía una compañía que se presentaba en un teatro
de los suburbios de Viena. Cuando le propuso a su joven amigo poner en escena
esa obra llena de fantasía, de magia, de libertad, Mozart no dudó en aceptar,
pues en realidad ese era el mundo donde mejor se sentía.
Schikaneder
puso a disposición de Mozart una casita de madera para que trabajara a su aire
en la composición de la ópera. A su regreso de Praga, Mozart se instaló en “la
casita de La Flauta Mágica”, como fue conocida. Después de la muerte del
compositor, la casa fue trasladada de Viena al Mozarteum en Salzburgo, lugar
donde se encuentra actualmente. En las noches, Mozart, Schikaneder y otros
amigos se distraían jugando billar. En los momentos que Mozart no tenía tacada,
se sentaba, sacaba una libreta e iba escribiendo, o mejor, pasando de su
cerebro al papel fragmentos de la partitura de la ópera. El 29 de septiembre
Mozart dio por terminada las dos últimas partes que le hacían falta: la marcha
de los sacerdotes y la obertura.
El 30
de septiembre se produce el estreno de La Flauta Mágica en el Freihaus Theater
de Viena, el mismo Mozart dirige la orquesta desde el clave y Schikaneder
interpreta el papel de Papageno, uno de los personajes más importantes de la
ópera. Fue un éxito monumental. Después del primer acto, el público pidió la
presencia en el escenario del compositor. Terminado el segundo acto, la ovación
fue inenarrable. Mozart se escondió y el mismo Schikaneder tuvo que ir a
buscarlo pues los espectadores pedían de nuevo su presencia. Ya en el escenario,
el público vienés se desbordó en un sonoro y prolongado aplauso a los dos
creadores de ópera sin igual: Mozart y Schikaneder. Esa noche, el vino, la
cerveza y la comida corrieron por todas partes en la celebración que tuvo la
compañía con su director y el compositor. Ya en su casa, junto a Constanza,
Mozart lloró de alegría, no recordaba que en Viena hubieran recibido una obra
suya de esa manera. El 1 de octubre, Mozart recibe de nuevo la visita del
“extraño hombre de gris”.
IV. OFFERTORIUM
N°1 Domine Jesu Christe
Domine Jesu Christe, Rex gloriae,
Libera animas ómnium fidelium
Defunctorum de poenis inferni et
De profundo lacu: libera eas de ore
Leonis, ne absor beat eas tartarus,
Ne cadant in obscurum: sed signifier
Sanctus Michael repraesenteteas in lucem
Sanctam: quam olim Abrahae promisisti
Et semini ejus.
N°2 Hostias
Hostias et preces tibi, Domini, laudis
Offerimus: tu suscipe pro animabus illis,
Quarum hodie memoriam facimus:
Fac eas, Domine, de morte transpire ad vitam.
Quam olim Abrahae promisisti et semini ejus.
El 1
de octubre, Mozart recibe de nuevo la visita del “extraño hombre de gris”.
Constanza, con el pequeño Franz en brazos, le abrió la puerta, esta vez lo dejó
entrar. Carl Thomas, el hijo mayor de la pareja, estaba con su padre frente al
piano tocando una hermosa melodía. Mozart estaba absorto. Wolfi, WoIfi,
¡Wolfi!, ¿por qué me gritas de esa manera Constanza?, Wolfi, te necesita el
señor. Mozart se veía más agotado que las otras dos veces. Lo siento, no lo escuché
entrar, siéntese por favor, lo felicito por el éxito de su ópera, toda Viena
habla de ella, en cuanto tenga oportunidad iré a escucharla, se divertirá
mucho, se lo aseguro, señor Mozart, vengo a averiguar por mi encargo, usted
prometió trabajar en el Requiem a su regreso de Praga, ¡ya casi está listo!,
¿en serio?, por supuesto, muy bien, entonces la próxima vez que venga le traeré
la otra parte del dinero, de nuevo, felicitaciones por su ópera y hasta muy
pronto. Wolfi, ¿por qué le dijiste eso?-le dijo Constanza-, ¿a qué te
refieres?, no te hagas el tonto conmigo, tú sabes de qué estoy hablando, ¿de
qué, mi pequeña mujercita?, ¡pues del Requiem!, ¿es verdad lo que le dijiste a
ese hombre?, ¿qué, Constanza?, ¡Wolfi!, bueno, está bien, te voy a decir la verdad,
mentí, no he escrito una sola nota de ese Réquiem, ¿entonces, por qué le
dijiste que estaba prácticamente terminado?, porque se lo había prometido,
además, de pronto se arrepiente y se lo encarga a otro compositor y tú y yo
sabemos que no nos queda ni un florín de ese adelanto, hoy mismo empezaré a
trabajar en él, es decir, más tarde, primero tengo que terminar un concierto
para clarinete, espero que sea verdad, Wolfi, me da miedo ese extraño hombre y
no quiero que nos metas en problemas por estar bebiendo con el libertino de
Schikaneder, no te preocupes, Constanza, lo escribiré muy rápido, Wolfi te ves
enfermo, ¿te sientes mal?, no, debe ser el cansancio, ¡yo también quiero teta
como Franz!, ¡Wolfi, quieto por favor!¡, ¡dame teta!, ¡Wolfi...!
V. SANCTUS
Sanctus, Sanctus, Sanctus Dominus,
Deus Sabaoth. Pleni sunt coeli et terra
Gloria tua.
Hosanna
in excelsis.
Por
esos días Constanza partió de nuevo para Baden con sus hijos. Mozart se quedó
en Viena. En dos semanas, voy a recogerlos, esposita mía, pórtate bien Wolfi,
sólo haré trato con los muertos, ¿a qué te refieres?, no pongas esa cara,
Constanza, que estoy hablando del Réquiem, ¡ah!, ¡te amo Wolfi!, ¡te amo, mi
amada esposa! Esa tarde, Mozart dio por terminado el concierto para clarinete,
que en el catálogo de Köchel, lleva el número 622. Al día siguiente, empezó a
trabajar en la que sería su última composición, obra que no terminaría pues se
convertiría para Mozart en una profecía, la profecía de su propia muerte.
VI. BENEDICTUS
Benedictus, qui venit in
Nominee Domini.
Osanna in excelsis.
En la
soledad de su casa, Mozart empezó a “hacer trato con los muertos”, como él
mismo le había dicho a Constanza. Después de escribir la última nota para el
concierto de clarinete, entró en un mundo totalmente distinto en género y tema.
Mozart no había escrito un Requiem, por eso, al principio, el encargo le
resultó especialmente interesante, tenía que volcar toda su genialidad en aquel
lúgubre y, en ocasiones, desesperanzador texto. Cuando empezó la composición,
sintió sobre su cuerpo el peso de los últimos agotadores meses. A sus espaldas
tenía, recientemente, dos óperas, un viaje largo, deudas, estrenos,
composiciones para cámara y poco sueño. Todo aquello trajo como consecuencia el
requebranto de su salud, la cual, durante toda su vida, había sido muy
precaria. En este clima no es raro que aquel texto destinado a acompañar un
cuerpo sin vida empezara a afectarlo profundamente.
En la
composición del Requiem, Mozart omitió intencionalmente flautas, oboes y clarinetes,
dándole a la obra un colorido orquestal grave y, por momentos, hasta sombrío.
En la medida que avanzaba en la partitura, empezó a obsesionarse con su propia
muerte. En su memoria recorría aquellos años de su niñez, muy atípica en
comparación con la mayoría de los otros niños. Su padre, Leopoldo Mozart, se
percató muy pronto de que sus hijos estaban dotados con facultades prodigiosas
para la música, él mismo se encargó de darles las primeras lecciones. Wolfgang,
a la edad de seis años, compone sus primeras obras y junto con su hermana,
Marianne, llamada cariñosamente Nannerl, recorren varias cortes europeas
causando la admiración de monarcas, músicos y público en general. A la edad de
catorce años, Wolfgang y su padre viajan a Italia, el pequeño genio ya tenía en
su haber una gran cantidad de obras compuestas, incluyendo dos óperas. En
Italia, fue condecorado por el Papa Clemente XIV. Mientras esbozaba el Kyrie
del Requiem, Mozart recordó las circunstancias que rodearon aquel
reconocimiento por parte del máximo jerarca de la iglesia Católica. Estaba en
Roma escuchando con su padre el famoso Miserere compuesto por Gregorio Allegri
para ser interpretado exclusivamente en la Capilla Sixtina. La obra se
interpretaba una vez al año y estaba prohibido, bajo pena de excomunión,
copiarlo o interpretarlo fuera de aquel lugar. Para protegerlo se guardaba la
partitura bajo siete llaves. Wolfgang, después de escucharlo una sola vez, lo
trascribe de memoria exactamente. La noticia corrió por toda Roma y el Papa le
concede la orden de la Espuela de Oro por semejante prodigio.
Esa
noche, después de dejar esbozadas algunas partes del Requiem, Mozart tuvo una
horrible pesadilla. Observa una pequeña capilla en medio de un valle, nieva
violentamente, un hombre camina con dificultad en medio de la nevada, sus pasos
se dirigen a la capilla. Cuando el hombre se dispone a entrar, una imagen se
yuxtapone, un rostro de un hombre, Mozart lo conoce, es Antonio Salieri,
decrépito y macilento, pero, sin lugar a dudas, es él. Cuando entra, empieza a
escucharse el Introito del Requiem que está componiendo; frente al presbiterio,
observa una caja rectangular, un ataúd, el hombre se dirige hacia él, quiere
saber quién es el difunto; para su sorpresa, es el mismo Mozart. El compositor
se despierta sudando. Esa pesadilla lo marca profundamente, empieza a ver
alrededor del Requiem un conjunto de señales encaminadas a mostrarle algo, la
inmediatez de su muerte: un hombre vestido de gris y con una máscara, una obra
de ese tipo y este maldito aliento que hace días me acompaña, ¿Franz tendrá
razón?, ¿será un mensajero del más allá que vino a pedirme que escriba la misa
de mis propios funerales?, ¡horrible paradoja!, pensó. Las siguientes noches no
se sintió mejor, las pesadillas aumentaron y el “hombre de gris” se le
convirtió en una obsesión, parecía que lo viera a cada momento, los únicos
momentos tranquilos que tenía eran cuando leía las cartas que le escribía su
esposa y las representaciones de La Flauta Mágica. Una de esas noches, el 13 de
octubre, acude con el músico italiano Antonio Salieri a ver su querida ópera.
VII AGNUS DEI
Dei, qui tollis peccata mundi:
Dona eis réquiem.
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi:
Dona
eis réquiem sempiternam.
El 16
de octubre, después de dos noches sin dormir, Mozart acude a Baden a recoger a
Constanza y a sus hijos. Se siente enfermo. La composición del Requiem ha
avanzado pero lo ha dejado en un estado deplorable; sin embargo, a pesar del
arduo trabajo, aún le falta más de la mitad de la obra. Una horrible sensación
en su boca, que lo acompaña hace dos semanas, lo lleva confesarle su esposa un
inverosímil presentimiento. ¡Por Dios, Wolfi!, ¡te ves muy mal!, le dice ella
al verlo. Mozart se lanza a los brazos de Constanza y llora como un bebé. Ya en
Viena, mientras los niños duermen, el compositor le revela su terrible
presentimiento. Constanza, dime, mi amada Constanza, ¿qué te ocurre Wolfi?,
creo que he sido envenenado. El rostro de la joven mujer se trasforma y no
logra articular palabra, después de unos minutos le pregunta: ¿de qué estás
hablando Wolfi?, me voy a morir muy pronto, Constanza, estoy componiendo la
misa de mis propios funerales.
Al
día siguiente, Constanza recogió todas las partituras del Requiem y las guardó
en un cajón con llave. Se dio cuenta que aquella obra estaba afectando
profundamente a su marido. Mozart durmió mejor esos días, en las noches
disfrutaba viendo el reloj y siguiendo mentalmente la representación de La
Flauta Mágica. A principios de noviembre, un grupo de amigos masones, entre
ellos, Emmanuel Schikaneder, a disgusto de Constanza, van a visitarlo. Lo
encuentran pálido y muy delgado. Mozart pertenecía a una logia masona hacía
varios años y sus amigos venían a encargarle una composición. La logia masona
“Por la Esperanza de Nuevo Coronada” inauguraba templo y deseaban contar para
ese día con una obra de tal insigne hermano masón. Mozart trabajó los
siguientes días en el encargo y olvidó por un breve espacio de tiempo las
obsesiones y presentimientos que lo acompañaban. Sin embargo, su cuerpo seguía
debilitándose.
El 15
de noviembre se estrena la obra, Pequeña Cantata Masónica, compuesta para dos
tenores, bajo y orquesta, que en el catálogo de Köchel lleva el número 623.
Esta cantata fue su última obra concluida. Esa noche acude con Constanza al
Freihaus-Teather a ver La Flauta Mágica. El éxito de la ópera es increíble,
lleva más de un mes de ininterrumpida representación, en un año completara casi
cien presentaciones, algo extraordinario tratándose de una obra musical. Esa
noche discute fuertemente con su esposa: ¿Dónde metiste la partitura?, ¿de qué
estás hablando?, tú sabes de qué estoy hablando, Constanza, del Requiem, ¿por
qué no descansas unas semanas de esa composición?, mira que estás enfermo,
Wolfi, por última vez, Constanza, ¿dónde metiste la partitura?, está en el
cajón de la cómoda de la sala, aquí tienes la llave, ¡Wolfi, por favor!,
descansa de esa obra, Wolfi...
Durante
cuatro días se vuelca por completo al Requiem, siente que si termina aquella
enigmática obra y se la entrega al extraño “hombre de gris” alejará la muerte
de su puerta. No come bien, duerme poco y olvida en las noches seguir en su
memoria la representación de La Flauta Mágica. El 20 de noviembre, despierta
exaltado, gritando una extraña palabra: ¡Pimperl!, ¡Pimperl! Constanza lo
abraza y le limpia el sudor. Tiene fiebre, hinchadas las extremidades, vomita y
no se puede mover. El médico lo visita en la tarde, después de examinarlo, el
diagnóstico no puede ser más desesperanzador: padece “fiebre militar aguda”,
algo grave para la época. Le practican una sangría, pero esto lo pone peor.
El
día 24 de noviembre, Sophie, la hermana menor de Constanza, llega para ayudar a
su hermana con el cuidado de los niños y la atención del enfermo. En los pocos
momentos que se siente mejor, Mozart sigue trabajando en el Requiem con la
ayuda de su discípulo, Franz Süessmayer. Con una voz apenas audible, Mozart
trata de cantar partes de la sequentia que tiene bosquejada. En las noches,
cuando la fiebre se lo permite, sigue con su ejercicio de seguir La Flauta
Mágica mentalmente, mientras es representada en ese preciso momento en el
Freihaus-Teather. En ocasiones, Süessmayer toca en el piano la escena que se
está desarrollando. Una de esas noches, Constanza le revela a su hermana menor
las sospechas que tenía sobre lo que padece su esposo: creo, le dice, que
Antonio Salieri ha envenenado a Wolfi.
El
músico italiano fue un hombre con mucha fama e influencia en Viena. Durante
algunos años, ejercicio el cargo de director de ópera y, a pesar de que tuvo
algunas diferencias con Mozart, especialmente cuando el joven compositor
estrenó Las Bodas de Fígaro, otra de sus óperas importantes, siempre admiró el
genio y la música del austriaco. Nunca se logró comprobar nada de lo que se le
imputó en relación con la muerte de Mozart y todo pasó a convertirse en un
rumor, rumor que llegó hasta los oídos de Salieri. Sin embargo, antes de morir,
así se lo contó un amigo a Beethoven, el músico italiano confesó el asesinato
de Mozart, ¿un delirio de Salieri o una consecuencia de la fiebre y de su larga
y dolorosa agonía?
El 4
de diciembre, Mozart abrazó y acarició a sus hijos por última vez, besó con
pasión a Constanza y le dijo en medio de lágrimas: me parece que la música ha
acabado para mí. Observó la partitura del Requiem, aún sin terminar, y sintió
que no tenía fuerzas para escribir una sola nota más. En la tarde, algunos de
sus amigos acudieron a visitarlo y quedaron aterrados del estado en que se
encontraba. Ya en la noche, mientras observaba su viejo reloj de péndulo,
siguió la escenificación de una de sus óperas más amadas, pensando
especialmente en Papageno, el hombre pájaro. ¡Qué feliz debe ser Papageno!,
!qué feliz...!, murmuraba.
Terminada
la representación de la ópera en el Freihaus-Teather, Mozart empezó a agonizar.
Sophie se acercó a preguntarle si deseaba un vaso con agua y le confesó que
sentía el sabor de la muerte en su boca. Constanza, al ver el fin inminente de
su esposo, salió llorando de la casa con sus hijos y gritando que no quería ver
morir a Wolfi. El enfermo se quedó con Sophie, éste le pidió por última vez la
partitura del Requiem, trato de cantar algo pero no pudo. Después de dejar las
hojas sobre la cama, el compositor abrió los ojos como si algo tenebroso
estuviera parado frente a él, hinchó las mejillas como si soplara un trombón y
cerró los ojos, los abrió de nuevo y se quedó observando el techo, recorriendo,
en un segundo, toda su vida y pensando en toda la música que le faltaba por
componer, luego sonrió.
Johannes
Chrysostomus Wolfgang Amadeus Mozart murió a la una de la madrugada del 5 de
diciembre de 1791 en la Rauhensteingasse 1 de Viena a la edad de 35 años.
VIII.
COMMUNIO
Lux aeterna luceat eis, Domine: Cum
Sanctis tuis in aeternum: quia pius es.
Requiem aeternam dona eis, Domine:
Et lux perpetua luceat eis.
Cum Sanctis tuis in aeternum:
quia pius es.
El 6
de diciembre fueron las exequias en la iglesia de San Pedro, asistieron sus
amigos más cercanos, incluyendo a Schikaneder y toda la compañía. Esa tarde
caía una violenta tormenta de nieve. Al terminar el rito religioso, nadie se
atrevió a acompañar el cuerpo sin vida de Mozart hasta el cementerio, sólo un
pequeño perro siguió el ataúd junto con los enterradores. Mozart fue enterrado
en una fosa común del cementerio de San Marcos de Viena, el dinero de la
familia por esa época había tocado fondo.
Al
día siguiente, cuando Constanza quiso llevarle flores y ponerle una cruz a la
tumba de su difunto esposo, no pudo hacerlo. ¿Cómo que no se acuerdan?, lo
sentimos mucho, señora, fue una nevada terrible, como pocas hemos visto, no
estamos seguros dónde enterramos a su esposo, posiblemente, el perro que nos
acompañó tiene mejor memoria, dijo uno de los enterradores, ¿de cuál perro está
hablando?, le preguntó Constanza, un perro blanco que estuvo observándonos todo
el tiempo mientras depositábamos a su esposo en la fosa, creo que venía
siguiéndonos desde la iglesia. Constanza se acordó que Mozart le había contado
que cuando era niño había tenido un pequeño perro blanco que había querido
mucho, ¿cómo era que se llamaba?, no pudo dejar las flores, ni colocar la cruz,
pues los hombres no se acordaron del lugar y aún hoy sigue sin saberse.
Unas
semanas después de la muerte de Mozart, el misterioso “hombre de gris” vino a
recoger el Requiem, Süessmayer se encargó de terminar la enigmática obra y
recibir la otra parte del dinero que le entregó a Constanza. Joseph Eybler,
otro discípulo de Mozart, por separado, también terminó la partitura y su
trabajo también está disponible, sin embargo, el de Süessmayer es el que más se
usa. Con los años, se aclaró que el misterioso encargo emanaba del conde Franz
von Walsegg, interesado en rendir un homenaje a su esposa fallecida. También se
supo que el conde planeaba presentar el Requiem como suyo y de ahí la
sigilosidad del encargo.
¡Pimperl!,
¿por qué gritas de esa manera, Constanza?, mira que son las dos de la
madrugada, ¡Pimperl!, así se llamaba, Sophie, ¿así se llamaba quién?, el perro
que Wolfi tuvo cuando era niño, aquel que tanto amó, Pimperl, ese era su
nombre.