jueves, 3 de diciembre de 2015

IL PRETE ROSSO ©



 Por: Mauricio Rincon Andrade


Venecia es una de las ciudades más hermosas del mundo –empezó diciendo el profesor Piccolo-. Parece increíble pensar que exista una ciudad como esa, rodeada por más de cien canales, con hermosos puentes de piedra y de madera por todos lados, con construcciones antiguas, majestuosas y llenas de historia; es hierático lo que suscita observar el Gran Canal o la Plaza de San Marcos, de la que dijo Napoleón Bonaparte que era “el salón más bello de Europa”; sus palacios, sus basílicas y sus iglesias se erigen de forma sublime sobre distintos puntos de la ciudad; cuando entras a sus basílicas e iglesias, no solo te encuentras con hermosos edificios dedicados a lo divino, sino con espacios llenos de arte, como en la Basílica de Santa María Gloriosa dei Freri, en donde puedes contemplar una de las obras maestras de Tiziano o como la Iglesia de San Zaccaria que contiene obras de Giovanni Bellini y Van Dyck, por solo hablar de dos templos; no existe nada más placentero que viajar en una góndola por sus canales y dejar que tu mente contemple en silencio la ciudad sin permitir que ningún pensamiento contamine tu visión. Pues bien, en esta hermosa ciudad, un 4 de marzo de 1678, nació un niño débil de constitución que estaría llamado a convertirse en uno de los más famosos compositores de la ciudad y uno de los mayores representantes del barroco. No pudo nacer en una ciudad mejor, y no solo por la belleza y majestuosidad de la misma, sino porque por aquella época, Venecia era el reino de la música.


Poseía cuatro Ospedali, en donde se cultivaba la música y de los cuales más adelante hablaremos; siete teatros, incluso fue la primera ciudad en dedicar una sala de espectáculos exclusivamente para la ópera, alrededor de 1637; la ciudad tenía uno de los centros o seminarios más importantes de Europa de música vocal, además, no olvidemos, como comentábamos en alguna otra clase, que Venecia es la cuna del violín, el instrumento italiano por excelencia. En sus centros de educación musical, enseñaban grandes maestros como Domenico Scarlatti o Nicola Porpora, además, es la ciudad de grandes músicos como Albinoni, Bertoni, Tartini, Marcello, Pescetti por citar solo algunos. Pero la música no solo se respiraba en sus academias o en los Ospedali, sino en cada uno de los habitantes de la ciudad; una de las crónicas de la época manifiesta que un viajero, al llegar a Venecia a principios de siglo XVIII, le llamó la atención ver que hasta los mendigos pedían limosna cantando y que gran parte de sus ciudadanos tocaban algún instrumento. Esta ciudad, dará al mundo, un legado impresionante de música instrumental que no deja de admirar a todos aquellos que se quieran acercar con amor a la historia del arte sonoro occidental.


A finales siglo XVII, en Venecia, existían cuatro famosos Ospedali: San Lázaro dei Mendicanti¸ Santa María della Pietà, el de los Incurabili y l`Ospedalette. Los Ospedali eran hospicios u orfanatos en donde se tenían a los niños huérfanos. Pero además de esta labor social, los Ospedali eran verdaderos centros de formación musical, de allí salieron grandes intérpretes y cantantes conocidos en toda Europa. Es interesante acercarse a estas instituciones porque, en primer lugar, el modelo de enseñanza musical que tenían fue tomado por los primeros conservatorios europeos que surgieron, y, en segundo lugar, porque los Ospedali fueron, durante mucho tiempo, los únicos lugares de Europa en donde las mujeres podían aprender a tocar algún instrumento, enseñar e incluso, dirigir una orquesta. En uno de ellos, della Pietภenseñó, durante muchos años, el sacerdote, violinista y compositor veneciano al cual le vamos a dedicar las próximas clases, Deo volente (si Dios quiere) pues en realidad uno nunca sabe dónde y cuándo lo puede sorprender a uno un ataque cardiaco o un virus mortal –así era el profesor Piccolo, un anciano sabio y medio hipocondriaco-. Este cura, queridos y superficiales estudiantes, que evitaba cada vez que podía sus obligaciones eclesiásticas, por su pasión a la música, era conocido como el prete rosso, no porque fuera comunista, sino por el color de su cabello, pero en realidad su nombre era: Antonio Lucio Vivaldi.


El profesor Arcangelo Piccolo llegó a su apartamento, dejó en una silla su maletín repleto de libros y partituras, encendió su cafetera, para tomarse un café colombiano, uno de los pocos lujos que se permitía, se lavó cuidadosamente las manos y se dirigió a su piano; se quedó unos minutos concentrado observando el teclado y luego empezó a interpretar una hermosa melodía que le estaba dando vueltas en su cabeza desde hacía varias semanas, no le acabó de gustar del todo, pero sabía que iba por buen camino, en ese momento el café hirvió, se levantó, se volvió a lavar las manos, tomó una taza y se sirvió la humeante y suave bebida colombiana, se dirigió a una de las ventanas de su apartamento y se quedó unos minutos ensimismado observando, sin permitir que ningún pensamiento contaminara su visión. No se encontraba en la hermosa ciudad de Venecia, pero vivía en París, que a pesar de no contar con los canales, ni las góndolas, no dejaba de ser otra de las ciudades más hermosas del mundo. El profesor Piccolo trabajaba en el conservatorio de París y solía colaborar con algunas de las mejores orquestas europeas. Mientras estaba en su ejercicio místico de observar y no pensar en nada, alguien llamó a su puerta, era extraño, porque eran muy pocas las personas que conocían la dirección de su residencia, era un hombre soltero y de pocos amigos, no se movió de la ventana esperando que hubiera sido una equivocación, sin embargo, a los pocos minutos, volvieron a tocar, entonces se dirigió hacia la puerta y observó por el ojillo de la misma, era una mujer, muy joven y bella por cierto; no estoy interesado ni en lo que vende ni en lo que cree, váyase por favor, profesor, me podría regalar unos minutos de su tiempo, es importante, no atiendo a nadie en mi residencia, si necesita hablar conmigo con mucho gusto la atiendo en mi despacho del conservatorio, es algo personal profesor, ya le dije que en mi oficina la atiendo, no quisiera parecer grosera, pero lo que tengo que decirle es mejor que se lo diga aquí, en su casa, váyase, por favor, profesor Piccolo, no le quito mucho tiempo, ¡no entiende! ¡qué se vaya!, no me hubiera gustado decirle esto desde el pasillo, pero no me deja otra alternativa: profesor Piccolo, yo soy su hija.   


Antonio Lucio Vivaldi –empezó diciendo el profesor Arcangelo Piccolo- compartió con el genio de Mozart un destino similar: ambos murieron en Viena, en la pobreza y fueron enterrados en una fosa común; con el gran Johan Sebastian Bach, también tuvieron algo que los relacionó, pues la música de ambos, después de su muerte, fue olvidada y pasaron muchos años antes que se descubriera y empezara a valorar el legado de semejantes compositores, incluso, una de las biografías de Bach, cuenta que muchas de sus partituras originales fueron utilizadas para envolver carne o queso en los mercados. El padre de Antonio fue un gran violinista, don Giovanni Battista Vivaldi, que trabajó en la basílica de San Marcos y en el Ospedali San Lázaro dei Mendicanti¸ muy seguramente fue él el que le dio las primeras lecciones de música a su hijo. Porque en realidad es poco lo que sabemos de la etapa formativa del il prete rosso y de sus primeros años, pues de él conservamos muy pocas cartas, poquísimas, y escasos testimonios. Lo que sí sabemos con seguridad es que en 1693 entró al seminario de Venecia y fue ordenado sacerdote en 1703, ese mismo año empezó a trabajar en el Ospedali Santa María della Pietà en donde enseñará violín y dirigirá la orquesta. Allí pasará gran parte de su vida, no solo enseñando o dirigiendo, sino componiendo una cantidad nada deleznable de obras. La relación con della Pietà será de amores y odios, pero le debemos a dicho Ospedali que Vivaldi compusiera tantas obras para su orquesta y coro. En aquella época, il prete rosso era conocido en Venecia, en primer lugar, porque era un cura poco comprometido con su ministerio, no era extraño que en mitad de la misa, se retirara, con la excusa de que tenía problemas respiratorios, algo que era verdad, pero que él siempre exageró, a escribir alguna obra que se le había ocurrido en plena celebración, esto incluso hizo que la inquisición lo investigará, pero finalmente fue absuelto; en segundo lugar, fue reconocido inicialmente como un prodigioso violinista, pero con el paso de los años se irá consolidando también como un gran compositor y convertirá al violín en el instrumento rey de la época barroca. Pero eso no es todo, pues…, el profesor Piccolo no alcanzó a terminar la frase, quedó inmóvil, se colocó las manos en el pecho y cayó desplomado en mitad del salón con la mirada atónita de sus estudiantes.


Ana sabía que la reacción de su padre sería esa, su madre se lo había advertido: Arcangelo es de muy mal carácter, hipocondriaco, solitario, que nunca sonríe, pero un músico genial, te pareces tanto a él. Ella, que era músico también, le había ocultado a Ana durante casi toda su vida la verdad y hasta le había inventado que su padre había sido un destacado músico alemán de origen judío que había sido desaparecido por la Gestapo. Ana le creyó a su madre y no quiso profundizar más en el asunto, pues en realidad no le interesaba demasiado saber sobre su origen y prefirió quedarse con la idea de descender de un músico perseguido por los nazis. Sin embargo, con el paso de los años y en la medida que crecía como mujer y como pianista, empezó a interesarse por su papá y no descansó hasta que doña Karenina, su mamá, le dio un nombre, pensando que con eso Ana quedaría tranquila. Pero no fue así, sino que ella continúo investigando y gracias a algunos colegas alemanes se contactó con una institución judía que tenía un registro de los músicos desaparecidos o llevados a los campos de concentración nazi en plena Segunda Guerra Mundial y por ningún lado aparecía el nombre que le había dado su madre. Doña Karenina no quería contarle la verdad a su hija, no quería decirle que su padre era un ilustre músico italiano que había sido profesor suyo en París y con el cual una noche se había emborrachado y como adolescente irresponsable se le había entregado sin medir las consecuencias. Inicialmente había pensado en abortar, pero luego desistió de la idea, tuvo a Ana en Berlín, y nunca le contó nada al profesor Piccolo que no recordaba ni siquiera que en la única borrachera de su vida se había acostado con una de sus alumnas. Cuando finalmente le contó la verdad a su hija, Ana ya era una destacada intérprete, ganadora de varios premios internacionales de piano, que además de su genialidad, era admirada por su hermosa figura, sus ojos azules y su cabello rubio. Cuando Ana conoció la verdad, decidió suspender una presentación que tenía en Ontario y viajar a París a conocer a su padre. Ese mismo día que arribó a la Ciudad Luz tomó un taxi y se dirigió a la dirección que con mucha dificultad había conseguido, subió hasta el cuarto piso y tocó en el apartamento 402, lastimosamente, las cosas no pudieron salir peor.


Antonio Vivaldi escribió un poco más de 800 obras, incluyendo 46 óperas, una gran cantidad de música sacra, algunos oratorios, sonatas, música vocal, como cantatas, serenatas y motetes, unos 220 conciertos para violín y otros 230 para otros instrumentos, además, no olvidemos que él le dará una forma nueva al concierto que luego será clave en el romanticismo y en el clasicismo. Muchas de sus obras se perdieron e incluso, llegamos a conocer la existencia de algunos de sus conciertos, gracias a las transcripciones que hizo para clavecín de algunos de ellos, el considerado, por muchos especialistas, incluyéndome, el padre de la música: Johann Sebastian Bach. Pero muy seguramente su obra más conocida es una serie de 12 conciertos para violín que llevan como título: Il Cimento dell´Armonia e dell´Invenzione, escritos alrededor de 1725. De estos 12 conciertos escritos para violín solista, orquesta de cuerdas y clavecín, sobresalen los cuatro primeros, que popularmente son llamados: Las Cuatro Estaciones. Estas hermosas piezas tratan de describir las características propias de cada una de las estaciones del año. Se conserva incluso cuatro sonetos que algunos llegan a afirmar que los escribió el mismo compositor, cosa que dudo, y que reflejan lo que la música describe: el canto de los pájaros, una tormenta, los truenos, la siesta de un pastor, el ladrido de un perro, etc. Pero lo más importante, de estos cuatro conciertos, es que no solo son una descripción con música de algunos elementos propios de las estaciones, sino que tratan de expresar, por medio de las notas, lo que la naturaleza suscita en el hombre, al menos, en un hombre sensible. ¿Por qué un compositor de la talla de Vivaldi, fue olvidado prácticamente después de su muerte y su nombre ni siquiera figuró en los libros de música de su época? La respuesta a esta pregunta nos llevará por varios laberintos y recovecos de la historia de la música, muchos de ellos tan oscuros y nauseabundos, como la misma historia humana. Digamos, en primer lugar que…, hasta aquí llega el último cuaderno de notas del profesor Arcangelo Piccolo. A pesar de su experiencia como docente y músico, le gustaba escribir algunas de las ideas que desarrollaría en sus clases. Estos cuadernos, muchos años después de su muerte, fueron editados y se convirtieron en verdaderos clásicos de la historia de la música occidental.


La reacción de su padre fue un verdadero aluvión de insultos y gritos que apenas le dieron tiempo a Ana de decir alguna cosa. Sin embargo, después de tirar la puerta con fuerza, tan fuerte que una de sus repisas con libros fue a dar al suelo, el nombre de karenina Mertens, le resucitó en la memoria del profesor Piccolo. ¡Claro que la recordaba!, era una hermosa alemana, muy talentosa, que tocaba el violín con maestría. Ese nombre, pensaba el profesor, es imposible de olvidar, sobre todo para los amantes de la literatura como yo. A la mañana siguiente, madrugó más que de costumbre y se dirigió a la secretaría del Conservatorio y le pidió a madame Sophie que le permitiera la carpeta de Karenina Mertens, ella se extrañó de ver al profesor Piccolo por allí, pero sin preguntarle ni siquiera para qué la necesitaba, se la entregó. Él la tomó y se fue a su oficina. Por más de una hora revisó lo que contenía y hasta se deleitó con una sonata para violín que la misma Karenina había compuesto y que se encontraba dentro de la carpeta. Lo último que estaba consignado de madame Karenina era que en la actualidad hacía parte de los violines primeros de la más famosa e importante orquesta del mundo: la Filarmónica de Berlín. La carpeta curiosamente contenía una serie de recortes de periódicos en donde se hablaba de la hija de la violinista. En medio de su rabia y sus gritos, el profesor Piccolo no había tenido tiempo de fijarse en la joven que lo había importunado en su casa, pero al ver con atención el rostro de Ana, en los recortes, quedó de una sola pieza. Aquella hermosa joven era igualita a la madre del profesor, no puede ser, pensaba el longevo italiano, mientras leía con atención las buenas críticas que le hacían a la genial intérprete.


Ana sabía que no podía darse por vencida, no había viajado hasta París solo para recibir aquel aluvión de insultos y gritos. Así que a la mañana siguiente se dirigió al Conservatorio de París con la esperanza de poder dialogar con su padre. El profesor Piccolo, ya había escuchado hablar de aquella joven y bella prodigio alemana del piano e incluso, uno de sus colegas le había regalado la grabación que había hecho Ana de algunos nocturnos de Chopin, pero el profesor en ese momento no le prestó atención a su colega y había guardado el acetato sin ni siquiera abrirlo. Ese día, después de terminar de leer detenidamente la carpeta de Karenina Mertens y los recortes de periódico que hablaban sobre Ana, busco el acetato y lo colocó en el tocadiscos de su oficina. Tan pronto empezó a sonar la grabación, sufrió un impacto aún mayor que el que experimentó al darse cuenta que aquella bella alemana era igualita a su madre. Hacía mucho tiempo no escuchaba una interpretación como esa, esa era la forma como él siempre había pensado que debía sonar Chopin, esa era la forma como él interpretaría a Chopin, más todavía, esa era una forma aún mejor de interpretar a Chopin. ¿Sería posible?, ¿aquella joven, podría ser su hija? Trató de recabar en lo profundo de su memoria y logró viajar veinte años atrás y recordar, con cierta dificultad, una bella velada con Karenina, en su residencia, alrededor de varias botellas de Rioja. Se asustó, caminó de un lado para otro y abrió la puerta a la posibilidad de que Ana fuera su hija. La ansiedad lo empezó a invadir, necesitaba averiguar la verdad fuera como fuera. Sin embargo, en ese momento lo esperaban sus estudiantes para continuar con la vida de Antonio Vivaldi. Al salir de su oficina se topó con el director del Conservatorio, apenas se saludaron, como lo hacían siempre, Monsieur, ¿qué opinión tiene de la pianista alemana Ana Mertens?, cómo, Monsieur, ¿qué opinión tiene de la pianista alemana Ana Mertens?, el director se extrañó porque aquel genial profesor italiano apenas le hablaba, sin embargo, le respondió muy amablemente, es uno de los mejores intérpretes de nuestro tiempo, sin lugar a dudas. El profesor Piccolo le agradeció y entró al salón con una sonrisa dibujada en su rostro. En el preciso momento que Ana entraba al Conservatorio de París dispuesta a dialogar con su padre, el profesor Arcangelo Piccolo sufría un ataque cardiaco y caía en la mitad del salón de clases mientras hablaba del il prete rosso.