Por: Mauricio Rincon Andrade
Venecia
es una de las ciudades más hermosas del mundo –empezó diciendo el
profesor Piccolo-. Parece increíble pensar que exista una ciudad como esa,
rodeada por más de cien canales, con hermosos puentes de piedra y de madera por
todos lados, con construcciones antiguas, majestuosas y llenas de historia; es hierático lo que suscita observar el Gran Canal o la Plaza de San Marcos, de la
que dijo Napoleón Bonaparte que era “el salón más bello de Europa”; sus
palacios, sus basílicas y sus iglesias se erigen de forma sublime sobre
distintos puntos de la ciudad; cuando entras a sus basílicas e iglesias, no
solo te encuentras con hermosos edificios dedicados a lo divino, sino con
espacios llenos de arte, como en la Basílica de Santa María Gloriosa dei Freri,
en donde puedes contemplar una de las obras maestras de Tiziano o como la
Iglesia de San Zaccaria que contiene obras de Giovanni Bellini y Van Dyck, por
solo hablar de dos templos; no existe nada más placentero que viajar en una
góndola por sus canales y dejar que tu mente contemple en silencio la ciudad
sin permitir que ningún pensamiento contamine tu visión. Pues bien, en esta
hermosa ciudad, un 4 de marzo de 1678, nació un niño débil de constitución que
estaría llamado a convertirse en uno de los más famosos compositores de la
ciudad y uno de los mayores representantes del barroco. No pudo nacer en una
ciudad mejor, y no solo por la belleza y majestuosidad de la misma, sino porque
por aquella época, Venecia era el reino de la música.
Poseía
cuatro Ospedali, en donde se cultivaba la música y de los cuales más adelante
hablaremos; siete teatros, incluso fue la primera ciudad en dedicar una sala de
espectáculos exclusivamente para la ópera, alrededor de 1637; la ciudad tenía
uno de los centros o seminarios más importantes de Europa de música vocal,
además, no olvidemos, como comentábamos en alguna otra clase, que Venecia es la
cuna del violín, el instrumento italiano por excelencia. En sus centros de
educación musical, enseñaban grandes maestros como Domenico Scarlatti o Nicola
Porpora, además, es la ciudad de grandes músicos como Albinoni, Bertoni,
Tartini, Marcello, Pescetti por citar solo algunos. Pero la música no solo se
respiraba en sus academias o en los Ospedali, sino en cada uno de los
habitantes de la ciudad; una de las crónicas de la época manifiesta que un
viajero, al llegar a Venecia a principios de siglo XVIII, le llamó la atención
ver que hasta los mendigos pedían limosna cantando y que gran parte de sus
ciudadanos tocaban algún instrumento. Esta ciudad, dará al mundo, un legado
impresionante de música instrumental que no deja de admirar a todos aquellos
que se quieran acercar con amor a la historia del arte sonoro occidental.
A
finales siglo XVII, en Venecia, existían cuatro famosos Ospedali: San Lázaro
dei Mendicanti¸ Santa María della Pietà, el de los Incurabili y l`Ospedalette.
Los Ospedali eran hospicios u orfanatos en donde se tenían a los niños
huérfanos. Pero además de esta labor social, los Ospedali eran verdaderos
centros de formación musical, de allí salieron grandes intérpretes y cantantes
conocidos en toda Europa. Es interesante acercarse a estas instituciones
porque, en primer lugar, el modelo de enseñanza musical que tenían fue tomado
por los primeros conservatorios europeos que surgieron, y, en segundo lugar,
porque los Ospedali fueron, durante mucho tiempo, los únicos lugares de Europa
en donde las mujeres podían aprender a tocar algún instrumento, enseñar e
incluso, dirigir una orquesta. En uno de ellos, della Pietภenseñó, durante
muchos años, el sacerdote, violinista y compositor veneciano al cual le vamos a
dedicar las próximas clases, Deo volente (si Dios quiere) pues en realidad uno
nunca sabe dónde y cuándo lo puede sorprender a uno un ataque cardiaco o un
virus mortal –así era el profesor Piccolo, un anciano sabio y medio
hipocondriaco-. Este cura, queridos y superficiales estudiantes, que evitaba
cada vez que podía sus obligaciones eclesiásticas, por su pasión a la música,
era conocido como el prete rosso, no
porque fuera comunista, sino por el color de su cabello, pero en realidad su
nombre era: Antonio Lucio Vivaldi.
El
profesor Arcangelo Piccolo llegó a su apartamento, dejó en una silla su maletín
repleto de libros y partituras, encendió su cafetera, para tomarse un café
colombiano, uno de los pocos lujos que se permitía, se lavó cuidadosamente las
manos y se dirigió a su piano; se quedó unos minutos concentrado observando el
teclado y luego empezó a interpretar una hermosa melodía que le estaba dando
vueltas en su cabeza desde hacía varias semanas, no le acabó de gustar del
todo, pero sabía que iba por buen camino, en ese momento el café hirvió, se
levantó, se volvió a lavar las manos, tomó una taza y se sirvió la humeante y
suave bebida colombiana, se dirigió a una de las ventanas de su apartamento y
se quedó unos minutos ensimismado observando, sin permitir que ningún
pensamiento contaminara su visión. No se encontraba en la hermosa ciudad de
Venecia, pero vivía en París, que a pesar de no contar con los canales, ni las
góndolas, no dejaba de ser otra de las ciudades más hermosas del mundo. El
profesor Piccolo trabajaba en el conservatorio de París y solía colaborar con
algunas de las mejores orquestas europeas. Mientras estaba en su ejercicio
místico de observar y no pensar en nada, alguien llamó a su puerta, era
extraño, porque eran muy pocas las personas que conocían la dirección de su
residencia, era un hombre soltero y de pocos amigos, no se movió de la ventana
esperando que hubiera sido una equivocación, sin embargo, a los pocos minutos,
volvieron a tocar, entonces se dirigió hacia la puerta y observó por el ojillo
de la misma, era una mujer, muy joven y bella por cierto; no estoy interesado
ni en lo que vende ni en lo que cree, váyase por favor, profesor, me podría
regalar unos minutos de su tiempo, es importante, no atiendo a nadie en mi
residencia, si necesita hablar conmigo con mucho gusto la atiendo en mi
despacho del conservatorio, es algo personal profesor, ya le dije que en mi
oficina la atiendo, no quisiera parecer grosera, pero lo que tengo que decirle
es mejor que se lo diga aquí, en su casa, váyase, por favor, profesor Piccolo,
no le quito mucho tiempo, ¡no entiende! ¡qué se vaya!, no me hubiera gustado
decirle esto desde el pasillo, pero no me deja otra alternativa: profesor
Piccolo, yo soy su hija.
Antonio
Lucio Vivaldi –empezó diciendo el profesor Arcangelo Piccolo- compartió con el
genio de Mozart un destino similar: ambos murieron en Viena, en la pobreza y
fueron enterrados en una fosa común; con el gran Johan Sebastian Bach, también
tuvieron algo que los relacionó, pues la música de ambos, después de su muerte,
fue olvidada y pasaron muchos años antes que se descubriera y empezara a
valorar el legado de semejantes compositores, incluso, una de las biografías de
Bach, cuenta que muchas de sus partituras originales fueron utilizadas para
envolver carne o queso en los mercados. El padre de Antonio fue un gran
violinista, don Giovanni Battista Vivaldi, que trabajó en la basílica de San
Marcos y en el Ospedali San Lázaro dei Mendicanti¸ muy seguramente fue él el
que le dio las primeras lecciones de música a su hijo. Porque en realidad es
poco lo que sabemos de la etapa formativa del il prete rosso y de sus primeros años, pues de él conservamos muy
pocas cartas, poquísimas, y escasos testimonios. Lo que sí sabemos con
seguridad es que en 1693 entró al seminario de Venecia y fue ordenado sacerdote
en 1703, ese mismo año empezó a trabajar en el Ospedali Santa María della Pietà
en donde enseñará violín y dirigirá la orquesta. Allí pasará gran parte de su
vida, no solo enseñando o dirigiendo, sino componiendo una cantidad nada
deleznable de obras. La relación con della Pietà será de amores y odios, pero le
debemos a dicho Ospedali que Vivaldi compusiera tantas obras para su orquesta y
coro. En aquella época, il prete rosso era conocido en Venecia, en primer
lugar, porque era un cura poco comprometido con su ministerio, no era extraño
que en mitad de la misa, se retirara, con la excusa de que tenía problemas
respiratorios, algo que era verdad, pero que él siempre exageró, a escribir
alguna obra que se le había ocurrido en plena celebración, esto incluso hizo
que la inquisición lo investigará, pero finalmente fue absuelto; en segundo
lugar, fue reconocido inicialmente como un prodigioso violinista, pero con el
paso de los años se irá consolidando también como un gran compositor y
convertirá al violín en el instrumento rey de la época barroca. Pero eso no es
todo, pues…, el profesor Piccolo no alcanzó a terminar la frase, quedó inmóvil,
se colocó las manos en el pecho y cayó desplomado en mitad del salón con la
mirada atónita de sus estudiantes.
Ana
sabía que la reacción de su padre sería esa, su madre se lo había advertido:
Arcangelo es de muy mal carácter, hipocondriaco, solitario, que nunca sonríe, pero un músico
genial, te pareces tanto a él. Ella, que era músico también, le había ocultado
a Ana durante casi toda su vida la verdad y hasta le había inventado que su
padre había sido un destacado músico alemán de origen judío que había sido
desaparecido por la Gestapo. Ana le creyó a su madre y no quiso profundizar más
en el asunto, pues en realidad no le interesaba demasiado saber sobre su origen
y prefirió quedarse con la idea de descender de un músico perseguido por los
nazis. Sin embargo, con el paso de los años y en la medida que crecía como
mujer y como pianista, empezó a interesarse por su papá y no descansó hasta que
doña Karenina, su mamá, le dio un nombre, pensando que con eso Ana quedaría
tranquila. Pero no fue así, sino que ella continúo investigando y gracias a
algunos colegas alemanes se contactó con una institución judía que tenía un
registro de los músicos desaparecidos o llevados a los campos de concentración
nazi en plena Segunda Guerra Mundial y por ningún lado aparecía el nombre que
le había dado su madre. Doña Karenina no quería contarle la verdad a su hija,
no quería decirle que su padre era un ilustre músico italiano que había sido
profesor suyo en París y con el cual una noche se había emborrachado y como
adolescente irresponsable se le había entregado sin medir las consecuencias.
Inicialmente había pensado en abortar, pero luego desistió de la idea, tuvo a
Ana en Berlín, y nunca le contó nada al profesor Piccolo que no recordaba ni
siquiera que en la única borrachera de su vida se había acostado con una de sus
alumnas. Cuando finalmente le contó la verdad a su hija, Ana ya era una
destacada intérprete, ganadora de varios premios internacionales de piano, que
además de su genialidad, era admirada por su hermosa figura, sus ojos azules y
su cabello rubio. Cuando Ana conoció la verdad, decidió suspender una
presentación que tenía en Ontario y viajar a París a conocer a su padre. Ese
mismo día que arribó a la Ciudad Luz tomó un taxi y se dirigió a la dirección
que con mucha dificultad había conseguido, subió hasta el cuarto piso y tocó en
el apartamento 402, lastimosamente, las cosas no pudieron salir peor.
Antonio
Vivaldi escribió un poco más de 800 obras, incluyendo 46 óperas, una gran
cantidad de música sacra, algunos oratorios, sonatas, música vocal, como
cantatas, serenatas y motetes, unos 220 conciertos para violín y otros 230 para
otros instrumentos, además, no olvidemos que él le dará una forma nueva al
concierto que luego será clave en el romanticismo y en el clasicismo. Muchas de
sus obras se perdieron e incluso, llegamos a conocer la existencia de algunos
de sus conciertos, gracias a las transcripciones que hizo para clavecín de
algunos de ellos, el considerado, por muchos especialistas, incluyéndome, el
padre de la música: Johann Sebastian Bach. Pero muy seguramente su obra más
conocida es una serie de 12 conciertos para violín que llevan como título: Il
Cimento dell´Armonia e dell´Invenzione, escritos alrededor de 1725. De estos 12
conciertos escritos para violín solista, orquesta de cuerdas y clavecín,
sobresalen los cuatro primeros, que popularmente son llamados: Las Cuatro
Estaciones. Estas hermosas piezas tratan de describir las características
propias de cada una de las estaciones del año. Se conserva incluso cuatro
sonetos que algunos llegan a afirmar que los escribió el mismo compositor, cosa
que dudo, y que reflejan lo que la música describe: el canto de los pájaros,
una tormenta, los truenos, la siesta de un pastor, el ladrido de un perro, etc.
Pero lo más importante, de estos cuatro conciertos, es que no solo son una
descripción con música de algunos elementos propios de las estaciones, sino que
tratan de expresar, por medio de las notas, lo que la naturaleza suscita en el
hombre, al menos, en un hombre sensible. ¿Por qué un compositor de la talla de
Vivaldi, fue olvidado prácticamente después de su muerte y su nombre ni
siquiera figuró en los libros de música de su época? La respuesta a esta
pregunta nos llevará por varios laberintos y recovecos de la historia de la
música, muchos de ellos tan oscuros y nauseabundos, como la misma historia
humana. Digamos, en primer lugar que…, hasta aquí llega el último cuaderno de
notas del profesor Arcangelo Piccolo. A pesar de su experiencia como docente y
músico, le gustaba escribir algunas de las ideas que desarrollaría en sus
clases. Estos cuadernos, muchos años después de su muerte, fueron editados y se
convirtieron en verdaderos clásicos de la historia de la música occidental.
La
reacción de su padre fue un verdadero aluvión de insultos y gritos que apenas
le dieron tiempo a Ana de decir alguna cosa. Sin embargo, después de tirar la
puerta con fuerza, tan fuerte que una de sus repisas con libros fue a dar al
suelo, el nombre de karenina Mertens, le resucitó en la memoria del profesor
Piccolo. ¡Claro que la recordaba!, era una hermosa alemana, muy talentosa, que
tocaba el violín con maestría. Ese nombre, pensaba el profesor, es imposible de
olvidar, sobre todo para los amantes de la literatura como yo. A la mañana
siguiente, madrugó más que de costumbre y se dirigió a la secretaría del
Conservatorio y le pidió a madame Sophie que le permitiera la carpeta de
Karenina Mertens, ella se extrañó de ver al profesor Piccolo por allí, pero sin
preguntarle ni siquiera para qué la necesitaba, se la entregó. Él la tomó y se
fue a su oficina. Por más de una hora revisó lo que contenía y hasta se deleitó
con una sonata para violín que la misma Karenina había compuesto y que se encontraba
dentro de la carpeta. Lo último que estaba consignado de madame Karenina era
que en la actualidad hacía parte de los violines primeros de la más famosa e
importante orquesta del mundo: la Filarmónica de Berlín. La carpeta
curiosamente contenía una serie de recortes de periódicos en donde se hablaba
de la hija de la violinista. En medio de su rabia y sus gritos, el profesor
Piccolo no había tenido tiempo de fijarse en la joven que lo había importunado
en su casa, pero al ver con atención el rostro de Ana, en los recortes, quedó
de una sola pieza. Aquella hermosa joven era igualita a la madre del profesor,
no puede ser, pensaba el longevo italiano, mientras leía con atención las
buenas críticas que le hacían a la genial intérprete.
Ana
sabía que no podía darse por vencida, no había viajado hasta París solo para
recibir aquel aluvión de insultos y gritos. Así que a la mañana siguiente se
dirigió al Conservatorio de París con la esperanza de poder dialogar con su
padre. El profesor Piccolo, ya había escuchado hablar de aquella joven y bella
prodigio alemana del piano e incluso, uno de sus colegas le había regalado la
grabación que había hecho Ana de algunos nocturnos de Chopin, pero el profesor
en ese momento no le prestó atención a su colega y había guardado el acetato
sin ni siquiera abrirlo. Ese día, después de terminar de leer detenidamente la
carpeta de Karenina Mertens y los recortes de periódico que hablaban sobre Ana,
busco el acetato y lo colocó en el tocadiscos de su oficina. Tan pronto empezó
a sonar la grabación, sufrió un impacto aún mayor que el que experimentó al
darse cuenta que aquella bella alemana era igualita a su madre. Hacía mucho
tiempo no escuchaba una interpretación como esa, esa era la forma como él
siempre había pensado que debía sonar Chopin, esa era la forma como él
interpretaría a Chopin, más todavía, esa era una forma aún mejor de interpretar a
Chopin. ¿Sería posible?, ¿aquella joven, podría ser su hija? Trató de recabar
en lo profundo de su memoria y logró viajar veinte años atrás y recordar, con
cierta dificultad, una bella velada con Karenina, en su residencia, alrededor
de varias botellas de Rioja. Se asustó, caminó de un lado para otro y abrió la
puerta a la posibilidad de que Ana fuera su hija. La ansiedad lo empezó a
invadir, necesitaba averiguar la verdad fuera como fuera. Sin embargo, en ese
momento lo esperaban sus estudiantes para continuar con la vida de Antonio
Vivaldi. Al salir de su oficina se topó con el director del Conservatorio,
apenas se saludaron, como lo hacían siempre, Monsieur, ¿qué opinión tiene de la
pianista alemana Ana Mertens?, cómo, Monsieur, ¿qué opinión tiene de la
pianista alemana Ana Mertens?, el director se extrañó porque aquel genial
profesor italiano apenas le hablaba, sin embargo, le respondió muy amablemente,
es uno de los mejores intérpretes de nuestro tiempo, sin lugar a dudas. El
profesor Piccolo le agradeció y entró al salón con una sonrisa dibujada en su
rostro. En el preciso momento que Ana entraba al Conservatorio de París
dispuesta a dialogar con su padre, el profesor Arcangelo Piccolo sufría un
ataque cardiaco y caía en la mitad del salón de clases mientras hablaba del il prete rosso.