A Luciana Sofía
Por: Mauricio Rincón Andrade
El 9
de junio de 1973, en el Belmont Park, se presenció una de las hazañas
deportivas más impresionantes del siglo pasado. El protagonista incluso fue
portada de las revistas Time, Newsweek y
Sport Illustrated y nombrado deportista del año. Yo, por aquella época, me
encontraba en Nueva York escribiendo una serie de informes sobre la presidencia
de Richard Nixon, especialmente, sobre el allanamiento de la sede del Partido
Demócrata, que se había realizado el 17 de junio de 1972 en el edificio de
oficinas Watergate y, que con el paso de los meses, había conducido a rigurosas
investigaciones que culpaban a los más altos cargos del gobierno
norteamericano. El periódico en donde trabajaba había decidido empezar a
realizar una serie de crónicas, con enviados especiales, para que los lectores
nos dejaran de ver como un medio de carácter local y hasta provincial, y nos
empezaran a reconocer como un periódico más internacional. Me enviaron a mí
porque era el que mejor balbuceaba el inglés y además, porque tenía familiares
viviendo en los Estados Unidos, esto último representaba para los dueños una
forma de ahorro sustancial, ya que mis tíos aceptaron gustosos encargarse de mi
estadía y alimentación.
Así
que un día de finales de abril de 1973 tomé mi maleta, los documentos y mis
anhelos de convertirme en un gran periodista y me embarqué en el avión que me
llevaría a los Estados Unidos, sin saber nada de lo que me esperaba; sin saber
que en aquel lugar conocería el amor de mi vida y con ella tendría unos hijos
maravillosos, sin saber que no volvería en mucho tiempo al país y que tendría
la fortuna de conocer a uno de los deportistas más importantes de toda la
historia. Además de los informes sobre Nixon, el editor quería que escribiera
una serie de crónicas sobre la guerra de Vietnam, que por aquella época estaba
en su coda para los norteamericanos y que tenía muy divididos a los ciudadanos
del común. Según me dijo, esperaba que escribiera una especie de reportajes
urbanos sobre lo que pensaban distintos estamentos de la sociedad
norteamericana sobre la guerra y que entrevistara a algunas familias que habían
perdido a sus hijos en el conflicto bélico, un conflicto que terminaría en 1975
y que representaría una de las pocas derrotas gringas en todo el siglo XX.
Cuando
aterricé en Nueva York, la noticia del momento, en lo referente al caso Nixon,
tenía que ver con que el Senado había creado una comisión de investigación para
que se interrogara a una serie de consejeros presidenciales sobre la orden que
se había dado de realizar el espionaje telefónico del Partido Demócrata. Toda
aquello se veía muy mal para Nixon y, con el paso de los meses, se iría
poniendo peor. Sin embargo, a nadie, por aquellos días, se le pasó por la
cabeza imaginar que aquel escándalo, denunciado inicialmente por los
periodistas del The Washington Post,
Carl Bernstein y Bob Woodward, y toda aquella investigación por parte del
Senado, desembocarían en la renuncia de Richard Nixon en agosto de 1974, siendo
el primer y único presidente norteamericano hasta la fecha en renunciar a su
cargo. La presidencia entonces fue asumida por el vicepresidente Gerald Ford
quien, en una decisión controversial, indultó a Nixon de todos los
delitos federales que había cometido.
Después
de acomodarme en Nueva York, en la casa de mis tíos y de hablar durante horas
con ellos sobre la familia y su estadía en los Estados Unidos, me invitaron a
un evento, que para ser sincero, nunca había escuchado antes y al que ellos
asistirían en los próximos días. En un primer momento no me llamó mucho la
atención, pero finalmente decidí acompañarlos. El evento en cuestión era el
Derby de Kentucky, conocido en el país como, The Most Exciting Two Minutes in Sport. Por ellos me enteré que
aquella carrera de purasangres era seguramente la más famosa de todo el país y
que convocaba a los mejores ejemplares de la nación de tres años de edad, para
que compitieran, por la gloria, a lo largo de una pista de una milla y cuarto.
Mientras nos dirigíamos al hipódromo Churchill Dawns en Lousville, Kentucky,
no podía imaginarme que estaba a punto de conocer a uno de los 10 atletas más
influyentes del siglo XX, según la Revista Time,
un majestuoso purasangre apodado “Big Red” y con un nombre algo extraño para un
caballo de carreras: Secretariat.
Aquella
tarde del 5 de mayo de 1973, los 134.476 asistente al Derby presenciamos un
acontecimiento histórico. Yo nunca había estado en una carrera de caballos, sin
embargo, desde el momento en que llegamos al Churchill Dawms, aquel mundo me
empezó a apasionar de una manera incontrolable e irracional y ese mismo día,
gracias a la ayuda de mi tío y sus amigos, empecé a conocer más y más del Turf
americano. Quién iba a pensar que con el paso de los años terminaría convertido
en un periodista hípico y que abandonaría para siempre las crónicas y los
reportajes que no tuvieran que ver con caballos. Secretariat, montado por el
jockey canadiense Ron Turcotte y entrenado por Lucien Laurin, pertenecía a
los establos Meadow de Virginia, que por aquella época, eran manejados por Helen
“Penny” Chenery. Helen era la hija menor del empresario y criador de
caballos Christopher Chenery, que en 1968, debido a sus problemas de
salud, tuvo que ser recluido en el hospital New Rochelle de Nueva York.
Allí permaneció hasta su muerte, ocurrida el 3 de enero de 1973. Desde la
enfermedad de su padre, Helen, un ama de casa, madre de cuatro hijos, con
estudios en artes y negocios, se había hecho cargo de los establos, en una
época en que la granja iba a pique y las deudas amenazaban con quebrar el negocio
de la familia. En 1972, Helen contrató al entrenador canadiense Lucien
Laurin y ese mismo año dicha alianza tuvo sus primeros frutos, porque,
Riva Ridge, uno de los caballos del Meadow, ganó el Derby de
Kentucky y el Belmont Stakes. Sin embargo, a pesar de los triunfos de Riva
Ridge, aquel purasangre fue eclipsado por otro caballo del mismo establo,
considerado, por muchos especialistas, como el mejor caballo de carreras de
todos los tiempos y que la Revista Time
llamó, el súper caballo: Secretariat.
El señor Christopher
Chenery tenía un acuerdo con el empresario y criador de caballos Ogden
Phipps, uno de los hombres más ricos de los Estados Unidos en aquel tiempo. El
señor Phipps era dueño de Bold Ruler, un gran corredor y un excelente
semental. El acuerdo consistía en que los establos Meadow podrían a disposición
de Bold Ruler, las mejores yeguas que tuvieran. Las primeras crías que se
concibieran se echarían a suerte lanzando una moneda. Por aquella época, en que
el señor Cheney se encontraba en el hospital, tenía dos de sus yeguas preñadas
por Bold Ruler: Hasty Matilda y Somethingroyal. Así que una tarde de finales de
verano de 1969, la señora Helen Chenery, asistió al lanzamiento de la moneda,
en representación de su padre. Hasty Matilda era una yegua de 8 años y
Somethingroyal, tenía 18. Normalmente se piensa que de las yeguas más jóvenes
salen mejores corredores, así que, en general, se consideraba que la mejor
decisión, para quien ganara el sorteo, sería elegir la cría de Hasty Matilda.
Sin embargo, la señora Helen, tenía una corazonada. Sabía que Bold Ruler había
sido un purasangre muy rápido, pero que siempre había tenido problemas con las
distancias largas y Somethingroyal, descendía de Princequillo, un caballo que
siempre compitió muy bien en las carreras de largo aliento. Así que, según su
corazonada, era posible que la cría de Somethingroyal, pudiera heredar la
velocidad de su padre y la resistencia de su abuelo. Por eso, cuando la señora
Helen llegó al sorteo, iba con el firme propósito de poder quedarse con la cría
de Somethingroyal. El señor Phipps ganó en el lanzamiento de la moneda y
eligió a la cría de Hasty Matilda, una hermosa yegua, que nacería unos meses
después, a la que le colocaron el nombre de The Bride y que nunca se destacó en
las carreras. La señora Chenery se quedó con la cría de Somethingroyal, un
potro que nació el 30 de marzo de 1970 en sus establos y que después de
descartar un montón de nombres fue llamado: Secretariat.
En
1972, Secretariat, fue nombrado caballo del año, pues ganó 7 de las 9 carreras
en las que participó, sin embargo, a pesar de ser un buen año para él, lo
esperaba 1973, el año que le daría la inmortalidad. Ese año ganó en las dos
primeras carreras en que participó, pero perdió en la tercera, el Wood Memorial,
terminando en tercer lugar detrás de Angle Light, quien ganó y de Sham, que
terminó segundo. Este último caballo sería su competidor más acérrimo en las
siguientes competencias. Al finalizar la carrera se descubrió que Secretariat
tenía un absceso bajo el labio que seguramente le impidió correr a gusto. Sin
embargo, algunos pensaban que “Big Red”, lastimosamente, había heredado las
limitaciones de su padre en las pruebas de largo aliento. A pesar de la
derrota, llegó como favorito al Derby. Aquel día, en el Churchill Dawns, en
Louisville, Kentucky, la cría de Somethingroyal, pulverizó los cronómetros y
estampó un increíble 1.59.2/5. Secretariat, no solo había batido el record de
la pista que estaba puesto desde 1964, sino que, por primera vez, en toda la historia
del Derby, un purasangre bajaba la barrera de los dos minutos. El record de
Secretariat aún no ha podido ser batido. La salida de “Big Red” fue lenta,
ubicándose 11 entre 13 competidores y registrando un discreto 25.2 segundos
para los primeros cuatrocientos metros, sin embargo, a partir de ahí, todo
cambio. Los segundos cuatrocientos metros los hizo en 24.0, los terceros en
23.4, los cuartos en 23.2 y los últimos en 23.0, es decir, a lo largo de toda
la competencia estuvo acelerando continuamente. Yo no podría creer lo que veía,
aquel caballo que estaba prácticamente de último, al inicio de la prueba, había
empezado a pasar competidores y se había puesto a la cabeza de la carrera en la
recta final, sin que lo pudieran alcanzar, solo Sham, trató de hacerle frente,
pero no pudo, fue inútil, finalmente Secretariat lo derrotó con casi dos
cuerpos de ventaja. Angle Light, quien lo había derrotado en el Wood, terminó
en décima posición. Todos los especialistas en el Churchill Dawns, en medio de
la admiración y el asombro por lo que acababan de presenciar, se hacían la
misma pregunta: ¿Secretariat, sería capaz de ganar la Triple Corona americana,
después de más de dos décadas sin que ningún purasangre lo hubiera podido
lograr?
La
Triple Corona americana está compuesta por tres carreras hípicas que se
disputan en tres Estados diferentes en tan solo cinco semanas: el Derby de
Kentucky, que se corre el primer sábado de mayo, el Preakness Stakes en
Baltimore, Maryland, el tercer sábado del mismo mes y el Belmont Stakes en
Elmont, Nueva York, que se disputa 21 días después del Preakness. Son pruebas
exigentes, no solo por el poco tiempo que hay entre ellas, sino porque se
corren en hipódromos con pistas muy largas. En toda la historia del Turf
americano, solo 11 caballos han logrado ganar las tres carreras. El último
purasangre que lo había logrado, para cuando Secretariat luchaba por
conseguirlo, había sido Citation, en 1948. En los últimos años siete caballos
habían estado muy cerca, pero finalmente no lo habían logrado. En 1971,
Cañonero II, un caballo venezolano, casi lo logra, pero fue derrotado en el
Belmont. Después de la demostración de Secretariat, en el Derby, muchos
especialistas empezaron a creer que era posible que, después de 25 años,
estuviéramos frente a un ganador de la Triple Corona. Sin embargo, todavía
había una gran mayoría de escépticos que no se acababan de convencer que “Big
Red” tuviera lo necesario para lograrlo. Además, aunque había volado en el
Churchill Dawns, Secretariat aún tenía frente a él dos carreras muy difíciles y
en donde cualquier cosa podía pasar.
Después
del Derby, estuve trabajando juiciosamente en los reportajes y en las crónicas
que tenía que enviar al periódico sobre Nixon y la Guerra de Vietnam. Tengo que
reconocer que, aunque salieron bastante bien, no le puse el profesionalismo ni
la pasión que debía, pues mi mente y mi corazón estaban puestos en la hípica y
especialmente, en la próxima carrera de la Triple Corona: el Preakness. Además
de escribir para el periódico, aquellas dos semanas las utilicé para reunirme
con una serie de especialistas hípicos que mi tío conocía, gracias a ellos, no
solo aprendí sobre la historia y el reglamento del Turf, sino que pude
acercarme a la vida de los más grandes purasangres que habían pisado una pista
de carreras: Man o'War, Phar-Lap, Sea Bird, Seabiscuit, Citation, Ribot,
Nijinsky, Brigadier Gerard, Mill Reef, Kelso, Seattle Slew, Affirmed,
Spectacular Bid, entre otros. Unos años después de abandonar el periódico
escribí un libro dedicado a aquellos increíbles atletas. Pero sin lugar a
dudas, mi encuentro más fructífero, en aquellas semanas, fue con William Nack,
un gran periodista y escritor norteamericano que en 1975 publicaría la primera
biografía de “Big Red” con un título muy llamativo: “Secretariat: The making of
a champion”. Con el paso de los años, William Nack se convertiría en uno de los
periodistas deportivos más importante de los Estados Unidos y uno de mis
mejores amigos. Con él siempre me sentí muy identificado, pues William decidió
abandonar los reportajes políticos para cubrir y escribir sobre eventos
deportivos, especialmente hípicos y de boxeo.
El 19
de mayo de 1973, arribamos con mis tíos al Pimlico Race Course, en Baltimore,
para la segunda carrera de la Triple Corona, que se disputa en una pista de
1.3/16 millas, algo así como 1.91 kilómetros. Después de lo hecho en el Derby,
todos los ojos estaban puestos en Secretariat. Mientras entrábamos al bellísimo
hipódromo, mi tío me presentó con otro de sus amigos, un gringo bonachón,
calvo, con barba exigua, pero bien arreglada, con una personalidad muy
agradable, casi latina, y un gran conocer del Turf americano. Incluso había
escrito dos libros sobre el tema que muy amablemente me regaló ese mismo día.
Pero lo más increíble era que ese señor, tan buena persona, pero tan poco
agraciado, tenía una hija muy bella. Una hermosa neoyorquina llamada Sophie,
que no solo se convirtió en el amor de mi vida, sino que, dos años después de
conocerla, se casaría conmigo en una hermosa ceremonia en Kentucky, un día
antes del Derby de 1975, que por cierto, fue ganado por Foolish Pleasure. En
medio de aquel maravilloso encuentro y de aquel clima festivo, empezó la
carrera. Así como había ocurrido en el Derby, Secretariat salió en último
lugar, sin embargo, aquel majestuoso atleta empezó a acelerar de una manera
impresionante. Llegando casi a la mitad de la carrera, Secretariat había
alcanzado a Ecole Etage, que tenía la punta desde el inicio de la prueba, éste,
trató de mantenerse al frente, pero fue inútil, el paso de “Big Red” era
demoledor. Mientras todos veíamos como Secretariat se iba alejando de los otros
competidores, otra imponente figura surgió del grupo, Sham, que mostrando una
gallardía y una velocidad increíbles, salió tras “Big Red”, “lo va a alcanzar”,
recuerdo que pensé, pues entrando en la curva final, desde la posición en que
me encontraba, se veían muy juntos, sin embargo, como lo había hecho en el
Derby, Secretariat no disminuyó su velocidad, sino que siguió acelerando, algo
que solo pueden hacer los grandes caballos de carreras y, finalmente, le ganó a
Sham por casi tres cuerpos de distancia. Muchos asistentes no lo podían creer:
Secretariat acababa de ganar la segunda carrera de la Triple Corona americana
con otra demostración de autoridad, velocidad y resistencia.
Mientras
yo saltaba de emoción como si mi selección nacional hubiese ganado el mundial
de fútbol, volteé a mirar a mi tío y a un sin número de especialistas hípicos
que estaban con él, a diferencia mía, no estaban tan emocionados, sino algo
extrañados, no dejaban de mirar sus cronómetros y de hablar entre ellos. Me
acerqué a preguntarle a mi tío lo que pasaba y él me lo explicó todo. Según el
cronómetro oficial del Pimlico Race Course, Secretariat había ganado con un tiempo
de 1.55.00, es decir, no había batido el record de la carrera que estaba en
poder de Cañonero II, con un registro de 1.54.00. Pero en los cronómetros de
los especialistas se registraba un tiempo de 1.53.2/5. Para ellos, solo existía
una explicación: el cronómetro del hipódromo había tenido algún tipo de fallo.
Aquella controversia generó un gran número de investigaciones de toda índole,
en donde se trató de demostrar que, efectivamente, el tiempo registrado, no
correspondía con la realidad. Sin embargo, en el registro oficial del Preakness
Stakes, quedó para siempre aquel tiempo tomado por el cronómetro del hipódromo.
Pero independientemente de la cuestión del tiempo o del record, lo fundamental
era que, Secretariat, había ganado el Preakness y estaba a una carrera de
lograr la Triple Corona, después de 25 años sin que un purasangre lo hubiera
podido lograr. Sin embargo, frente a él, tenía la prueba más difícil y más
larga de las tres, una pista eterna, que era llamada por los especialistas
hípicos “el cementerio de los caballos rápidos”: Belmont Park.
En
1973 los norteamericanos se retiraron de la Guerra de Vietnam después de los
acuerdos firmados en París a mediados de enero. Sin embargo, a pesar de eso, la
guerra no terminó hasta 1975 con la victoria norvietnamita. En la opinión
pública quedaba una sensación de derrota, que fue llamada por algunos medios
como: “Síndrome de Vietnam”. Aquella nación de las oportunidades y con un gran
poderío militar y tecnológico salía derrotada por Vietnam del Norte en una
guerra larga y costosa, no solo en términos económicos, sino fundamentalmente,
de vidas. Algunos colegas, con los cuales tuve la oportunidad de hablar sobre
el tema, se atrevían incluso a decir que la Guerra de Vietnam había sido el
conflicto más sanguinario de la historia de la humanidad después de la Segunda
Guerra Mundial. Pero además de Vietnam, los norteamericanos seguían con
atención el desarrollo del escándalo Watergate que, poco a poco y sin el más
mínimo cargo de conciencia, enredaba la presidencia de Nixon y lo comprometía
con el espionaje telefónico al Partido Demócrata. A finales de ese mismo año,
estalló la crisis del petróleo, como para ponerle la cereza al pastel. Sin
embargo, en medio de aquel enredado clima político, hubo un acontecimiento que
sacó a muchos ciudadanos de la realidad cotidiana: Secretariat. Aquel
purasangre no solo representó un bálsamo en medio de aquellas malas noticias,
sino que muchos vieron en “Big Red”, un verdadero héroe nacional que se imponía
a las adversidades y hacía historia con sus triunfos. “Una inspiración”, me
dijo alguna vez William Nack, “eso significó Secretariat para muchos
norteamericanos, un acicate para continuar luchando a pesar de las derrotas o
las dificultades por las que estábamos pasando.” Los medios se volcaron hacia
aquel caballo de tres años y se convirtió en tema, no solo de especialistas
hípicos, sino de gente del común. Junto con “Big Red”, su dueña, la señora
Helen Chenery, salió en varias cadenas televisivas y su historia también
conmovió: un ama de casa, madre de cuatro hijos, que se hacía cargo del establo
de la familia que estaba a punto de quebrar y lo sacaba adelante en un medio
dominado por hombres. Sin embargo, para algunos críticos, aquel interés
mediático en Secretariat y en la señora Helen, era exagerado, si el purasangre
no gana el Belmont, decían, no pasará de ser un caballo más que estuvo a punto
de tocar la gloria.
El
Belmont Stake es la prueba más difícil de las tres carreras que componen la
Triple Corona americana, se corre en una pista de 1 milla y media, es decir,
2400 metros. Los escépticos consideraban que Secretariat había heredado la
velocidad de Bold Ruler, pero también sus limitaciones en las pruebas de largo
aliento y por eso no lo creían capaz de vencer en aquella carrera tan larga. En
medio de aquel ambiente deportivo y mientras cumplía con mis obligaciones para
el periódico, William, unos días antes de la prueba, me pidió que lo acompañara
al hipódromo para una serie de entrevistas que tenía que realizar. Cuando estábamos
cerca me comunicó que, la primera persona con la cual se reuniría, sería con la
señora Helen Chenery, prepara unas dos preguntas y se las haces, me dijo con
desparpajo, como si yo fuera un especialista como él, ¿y yo que le podría
preguntar?, no sé, algo se te ocurrirá. Mientras caminábamos hacia donde nos
esperaba la señora Helen, trataba de articular las preguntas, buscando que no
delataran mi poco conocimiento del Turf. El clima de la entrevista fue muy
agradable, en realidad pareció más una charla entre amigos. Finalmente no
terminé realizando los dos interrogantes que había preparado, sino otra serie
de preguntas que salieron bastante bien y no delataron mi ignorancia, sentía
que había cometido una especie de “sacrilegio periodístico hípico”, pero los
comentarios de William fueron muy generosos. Al finalizar el diálogo me atreví
a pedirle a la señora Chenery que me permitiera “saludar” personalmente a
Secretariat, ella sonrió, me miró fijamente y muy amablemente me dijo: voy a
hacer una exención con usted, muchacho, porque se nota que es un gran admirador
de nuestro querido caballo. Casi se me sale el corazón de la emoción. Ella,
entonces, llamó a Eddie Sweat para que me llevara. Eddie era el mozo o cuidador
de “Big Red”, como siempre lo llamó, un mulato muy cordial, gran conocedor del
mundo hípico y con una gran sensibilidad hacia los purasangres, fue seguramente
el ser humano que más cerca estuvo de Secretariat. William escribió varios
artículos sobre Eddie e incluso, Lawrence Scanlan, un escritor canadiense, en
el año 2006, publicó un libro sobre él, titulado: The Horse God Built:
Secretariat, His Groom, Their Legacy.
Aquel
majestuoso purasangre era enorme, quedé impresionado con solo verlo. En la
pista no parecía que fuera tan alto, seguramente porque los otros competidores
también eran grandes, pero al tenerlo frente a frente, quedé admirado. En
realidad, al recordar aquel día, me hacen falta los adjetivos para describirlo,
no solo por su belleza y perfección o por su hermoso color rojo y sus manchas
blancas en tres de sus patas y en su frente, sino por lo que aquel caballo
despertaba en mí. Sentía que estaba conociendo a uno de los atletas más
importantes de la historia y a su vez, al “culpable” de que mi vida laboral y
personal diera un vuelco radical. Si ese año no hubiera viajado a los Estados
Unidos y conocido a Secretariat, seguramente hubiera seguido trabajando en algo
que no me acababa de apasionar del todo y no hubiera tenido la fortuna de
conocer a mi amada Rose. William me había dado una cámara, pero entre la
emoción y la admiración, lo había olvidado. Eddie estaba preparando a “Big Red”
para sacarlo a otro de sus entrenamientos, yo le agradecí por su tiempo y
mientras me alejaba me acordé de la cámara, oye, Eddie, le grité todo confianzudo,
me permites una foto, él accedió, se paró frente a su amigo y ambos miraron
hacia mí. Iba a pedirle que me tomara una al lado de Secretariat, pero en ese
momento apareció el entrenador Lucien Laurin, enojado porque Eddie tardaba en
sacar al caballo. Con cierta tristeza los vi alejar. Después de eso tuve la
oportunidad de fotografiarme varias veces con Secretariat, pero, por cosas del
destino, eso nunca ocurrió. Sin embargo, todavía recuerdo las palabras que me
dijo Eddie alguna vez: no se preocupe por eso, que usted le cayó muy bien a mi
amigo “Big Red”.
Mientras
se acercaba el día de la carrera, pocos nos imaginábamos que la edición 105 del
Belmont Stakes, celebrada el 9 de junio de 1973, se convertiría en uno de los
eventos deportivos más espectaculares de todos los tiempos y en una de las
mayores exhibiciones de velocidad y resistencia jamás hechas por atleta alguno
en toda la historia.
El 4
de octubre de 1989, me encontraba en el estudio de mi casa terminando de
escribir un artículo para Sport Illustrated cuando sonó el teléfono. Era mi
amigo William Nack, quien, con un tono de voz muy triste, me dijo
lacónicamente: ¡Secretariat, ha muerto! Al colgar el teléfono, sentí una
especie de escalofrío que recorrió mi cuerpo y me quedé ensimismado en la silla
sin poder reaccionar. Después de unos diez minutos, me logré levantar y me
dirigí al archivo, busqué entre las carpetas que contenían revistas viejas y
encontré lo que estaba buscando. Era una edición de la Revista Time de junio de
1973, que traía, en su portada, al gran “Big Red”. El título sintetizaba lo que
había significado aquel majestuoso purasangre para la historia del deporte:
Leí
todo el artículo del Time y luego me puse a observar los distintos cuadros
que tenía en mi estudio. En realidad hasta ese día me di cuenta que en la
mayoría de ellos aparecía Secretariat. En ese momento, casi con efecto
retardado, empecé a llorar. No fue un llanto desesperado o disonante, sino muy
pausado y silencioso. Sentía, que con su muerte, se iba un amigo, un ser que me
había ayudado a darle un giro a mi vida, para lograrla llevar por lo que
verdaderamente me apasionaba; un ser, que me había colaborado a encontrar lo
que movía mis fibras más profundas; pensaba, que no moría un caballo más, sino
uno de los más grandes atletas de la historia, uno, que con mansedumbre y
sencillez y sin la fantochería de los deportistas humanos, nos había dado a
todos una lección de profesionalismo y grandeza. En ese momento, entró mi amada
Sophie, que se había enterado de la noticia por la televisión, al verme
compungido me abrazó y me manifestó que ella también sentía la muerte de
Secretariat. Nos sentamos en el sofá del estudio y nos quedamos observando la
famosa fotografía, que Bob Coglianese, le había tomado a “Big Red” en la recta
final del Belmont de 1973 y que mostraba gráficamente la magnitud de la
victoria de aquel grandioso purasangre:
Secretariat
llegó como favorito al Belmont Stakes por lo que había hecho en el Derby y en
el Preakness, sin embargo, en el ambiente una pregunta se paseaba entre
especialistas y gente del común: ¿”Big Red”, tendría lo suficiente para ganar
en una pista tan larga y difícil? Los días previos a la carrera, los
entrenamientos de todos los competidores fueron arduos y muchos pronosticaban
un cerrado duelo entre Secretariat y Sham, que había quedado segundo en las
anteriores pruebas de la Triple Corona y que incluso había colocado el segundo
mejor tiempo de toda la historia del Derby de Kentucky. Para los entrenadores
no resultaba fácil planear una carrera como el Belmont. Si el caballo salía muy
lento, nadie garantizaba que tuviera la velocidad para alcanzar a los líderes y
si salía muy rápido, muchos dudaban que un purasangre, por más bueno que fuera,
pudiera tener la suficiente resistencia para soportar una aceleración constante
en una pista tan larga. Después de que Citation ganara la Triple Corona
americana en 1948, siete caballos habían llegado al Belmont con la intención de
lograrlo, sin embargo, habían fracasado, aquel “cementerio de los caballos
rápidos” les había pasado factura y les había impedido alcanzar la gloria.
Aquel
9 de junio de 1973, el Belmont Park estaba a reventar y millones de personas
seguían por televisión todo lo referente a la transmisión de la carrera. Tan
pronto sonó la campana, el país se paralizó. Ese es uno de los aspectos que más
me llaman la atención de los eventos deportivos: despiertan pasiones y unen
extraños. A diferencia de lo que había ocurrido en el Derby y en el Preakness,
Secretariat salió a toda velocidad colocándose rápidamente en la punta. Iba con
todo, su equipo había decidió luchar por la carrera desde el inicio de la
prueba. Era un riesgo y ellos lo sabían. Inmediatamente, Sham se puso a su
lado, no estaba dispuesto a perder de nuevo. Por algunos largos segundos
aquellos dos majestuosos purasangres se pusieron cabeza a cabeza en una
increíble batalla atlética. Los otros competidores se empezaron a rezagar, era
imposible soportar aquel ritmo endemoniado que habían impuesto aquellos dos
caballos. Sin embargo, algo ocurrió.
La
mañana anterior a la prueba, el gran preparador de purasangres y que incluso
hace parte del Salón de la Fama Hípica, Hollie Hughes, se había acercado a
donde estaba Ron Turcotte, el Jockey de Secretariat, para cruzar unas palabras
con él. La opinión del señor Hughes era muy estimada y respetada por todos,
porque él, no solo había entrenado excelentes caballos, sino que incluso había
visto correr a grandes glorias de este deporte como: Man o'War, Colin,
Citation, Kelso, Seabiscuit, War Admiral, entre otros. Ron me contó que él le
dijo: “Hijo, no hay manera que Secretariat pierda, solo asegúrate de no caerte
del caballo. Créeme, que este potro que estás conduciendo es el mejor caballo
de carreras que ha existido y te lo aseguro yo, que he visto correr a los
mejores a lo largo de toda mi vida.”
Para
los primeros tres cuartos de milla, Secretariat y Sham, estaban registrando un
tiempo increíble, pero promediando la mitad de la carrera, como les había dicho
antes, algo ocurrió: Sham, se empezó a quedar. Ni Sham ni otro caballo, por más
bueno que fuera, hubiera podido soportar el paso que llevaba “Big Red”, en
palabras del locutor Chuck Anderson: “¡Secretariat está disparado en la punta y
sigue ampliando su ventaja!, ¡se mueve como una increíble máquina de correr!
Nadie lo hubiera podido describir mejor. Sham pagó cara su osadía, no solo
llegó de último en aquella prueba, sino que, lastimosamente, arribó lesionado,
no volvería a correr. Él también fue un gran caballo, pero tuvo la mala fortuna
de cruzarse en la misma época con el mejor caballo de carreras de todos los
tiempos.
Mientras
tanto, el hijo de Bold Ruler y Somethingroyal, continuaba incrementando su
ventaja sobre sus inmediatos competidores. William, que estaba al lado mío,
recuerdo que me dijo: “Va a colapsar totalmente en la recta final, ¡es
imposible que siga corriendo así!" Sin embargo, el paso de Secretariat
seguía aumentando, como si estuviera luchando cuerpo a cuerpo contra otro
caballo. Al entrar, en la recta final, tenía una ventaja de 18 cuerpos y seguía
corriendo más y más rápido, 20, 21, 22, 23, 24 cuerpos y “Big Red” parecía no
querer parar. Al llegar a la meta, finalmente ganó por 31 cuerpos de ventaja
sobre el segundo, con un tiempo monumental de 2.24.00, aniquilando el record
que tenía Gallant Man desde 1957 de 2.26:3. Aquella increíble máquina de
correr, en palabras de Anderson, no solo había corrido la milla ¼ más rápida de
toda la historia, sino que había roto, por más de dos segundos, el record para
la milla ½ del Belmont, con la ventaja más larga de todos los tiempos: 31
cuerpos. Aquel registro, casi cuarenta años después, ningún otro purasangre lo
ha podido batir, y lo más cerca que han estado, es un lejano: 2.26.00. Ken
Hollingsworth, editor en aquella época de la prestigiosa revista The
BloodHorse, quien era un crítico muy escéptico de “Big Red”, recuerdo que
escribió: “¡2 minutos y 24 segundos clavados!, ¡es increíble!, no lo puedo
creer. Pero es real. Yo lo vi. ¡No puede ser verdad!, ganó por más de 100
metros de ventaja.”
Todos
solemos recordar el lugar exacto en que nos encontrábamos cuando ocurrió algún
acontecimiento histórico, y yo, tengo que decir con orgullo, que aquel 9 de
junio de 1973, mientras Secretariat hacía historia, me encontraba en el
mismísimo Belmont Park, viendo con mis propios ojos, no solo cómo ganaba la
carrera, sino cómo conseguía ganar la Triple Corona, después de 25 años sin que
un purasangre lo hubiera podido lograr, con una demostración de resistencia y
velocidad increíbles. Aquel día se escribió una de las páginas más memorables
en la historia del deporte. Incluso, el gran Jack Nicklaus, considerado por
muchos como el más grande golfista de todos los tiempos, manifestó, en una
entrevista, que lloró al finalizar la carrera, después de presenciar semejante
actuación. Aquel día, “Big Red”, se ganó un puesto merecido como uno de
los más grandes atletas de la historia y al finalizar 1973, se retiró
definitivamente de la competición. Ya había ganado, prácticamente en menos de
dos años, lo que muchos deportistas no logran conseguir ni en dos décadas: la
inmortalidad. Su figura también se inmortalizó en distintas esculturas que se
hicieron en su honor, que se colocaron en varios de los hipódromos en donde
compitió y yo, pude contarles a mis nietos, que tuve la fortuna de ver correr
al más grande caballo de carreras de todos los tiempos, un majestuoso y noble
purasangre, llamado: Secretariat.