viernes, 10 de enero de 2020

TABULA RASA

Por: Mauricio Rincón Andrade
A: Luciana Sofía



La cita era a las cinco de la tarde. La habíamos pactado hacía más de veinte años cuando apenas éramos unos remedos de hombres dispuestos a comernos el mundo. Teníamos adelante un boleto, una única oportunidad, una vida que en realidad era una tabula rasa, una hoja en blanco que estaba esperando ser escrita con cientos de experiencias, imágenes, emociones, colores, formas, sensaciones, triunfos y fracasos. En esa época, lo recuerdo bien, no sentíamos miedo hacia el futuro, los días eran monótonos y en ocasiones interesantes, seguíamos la sucesión inmisericorde de las clases que nos iban conduciendo al último año que en realidad era el primero de otra cosa. Nuestros problemas, si se podían llamar así, tenían que ver exclusivamente con las notas de las distintas asignaturas o las desventuras amorosas que tocaban de vez en cuando a nuestras puertas, sin embargo, aquellos prolegómenos afectivos sólo ocasionaban un leve prurito y se olvidaban con mucha facilidad.  Aquel don, lastimosamente, con el paso de los años se fue perdiendo y el amor se fue convirtiendo, para muchos de nosotros, en un camino sinuoso, tortuoso y en donde era más lo que se sufría que lo que se gozaba. Luis inclusive se colocó un tiro en la mitad de las cejas por eso. Fue hasta el último año que empezamos a preocuparnos por el boleto, la tabula rasa, la hoja en blanco que se nos había regalado sin ni siquiera pedirla. Pero todavía faltaban bastantes años para eso. Cuando nos conocimos, en aquel frío y rucio salón de clases de aquella escuela pública, no gastábamos nuestro cerebro, recién estrenado, en problemas a largo plazo. Éramos unos niños que sus madres vestían, bañaban y regañaban todo el día, con la maña de comerse los mocos y darle puntapiés a cualquier cosa que pareciera un balón. Niños que nunca se habían preguntado por el génesis (algunos, sin aceptarlo públicamente, le dábamos cierta credibilidad epistemológica al cuento de la cigüeña), ni por el futuro, el futuro en realidad tenía que ver con lo inmediato, lo que haríamos en los próximos treinta minutos o siendo unos exagerados lo que haríamos en la próxima hora. Allí quiso la vida, a Dios nunca quise darle ese crédito, que nos encontráramos e iniciáramos una amistad que con el paso del tiempo dejó de ser un simple juego de niños. Y hoy, después de más de tres décadas, siendo ya unos hombres maduros, nos volveremos a encontrar con la seguridad de saber de dónde vienen los niños y qué hemos hecho con el maldito boleto que se nos regaló sin ni siquiera pedirlo.