viernes, 15 de enero de 2021

LA CRISIS DEL PETRÓLEO

 Por: Mauricio Rincón Andrade

A Luciana Sofía


“Hoy, el mundo consume aproximadamente 86 millones de barriles de petróleo al día, solo Estados Unidos consume 20 millones diarios, no olvidemos que un barril equivale a 159 litros. Esta cantidad de consumo de petróleo hace que diariamente contaminemos la atmósfera con dióxido de carbono. La proporción por millón de este gas a principios del siglo XX era de 280, hoy estamos alrededor de 380, es decir, que en los últimos cien años hemos contaminado más el planeta que en todos los siglos anteriores de la historia de la humanidad. Pero no solo es el dióxido de carbono, sino que la industria y otros sectores de nuestra moderna economía, diariamente inundan la atmósfera con dióxido de azufre, monóxido de nitrógeno, monóxido de carbono, por solo mencionar algunos, sin incluir la cantidad de metano que aporta el sector ganadero a este desesperanzador panorama. Todos estos contaminantes deterioran el ambiente y se va a producir, a corto plazo, si seguimos a este ritmo, un recalentamiento global, un aumento del nivel de las aguas de los océanos y unos cambios climáticos que transformaran radicalmente las condiciones de vida del planeta como lo conocemos.”

Mientras dictaba mi conferencia en aquel congreso sobre cambio climático, no podía dejar de ver el rostro de algunos jóvenes aburridos e indiferentes que me veían como un profeta de catástrofes que hablaba de cosas que nunca pasarían, o como si estuviera hablando de Venus o de Marte, o como si ellos o sus hijos no se fueran a ver afectados por lo que le estábamos haciendo al planeta. No faltaba gente interesada en el tema, pero en general, era la minoría. No podía evitar sentirme frustrado al comprobar que la vida moderna nos había creado tal cantidad de falsas necesidades y compromisos de todo tipo, que no nos dejaba un solo minuto para pensar que los recursos, que utilizábamos diaria y discriminadamente, eran finitos y que se podían empezar a acabar en cualquier momento. Solo pensamos en ello, al menos por un tiempo, con la crisis del petróleo que se produjo en nuestro país. Voy a contar el cuento.

Empezó siendo un día normal es nuestra gigante y ajetreada ciudad. En las primeras horas de la mañana el tráfico se convertía en un infierno chiquito y los autos invadían la capital como hormigas a su colmena; las cifras de ventas de vehículos alegraban a las compañías del sector y a los ministros de comercio y hacienda de turno, porque significaba más gastos y más impuestos para los ingenuos compradores. Pero para los que compraban un auto era una maldición, una maldita decisión tomada más con el corazón que con la razón. Sencillamente, y eso lo comprobamos tarde, en nuestra ciudad, por más enorme que fuera, no cabía un auto más y resultaba frustrante tener un vehículo con 2000 cm3, 4 cilindros en línea y 16 válvulas y transitar a 20 km por hora tras una fila enorme, muy enorme, de autos de todas las marcas y colores. Y eso no era lo peor, sino que nuestros vehículos diariamente estaban enviando a la atmósfera grandes emisiones de dióxido de carbono, colaborando con ello a que el aire que respirábamos fuera un veneno invisible que llenaba nuestros pulmones y el de nuestros hijos.

Al ser un país importador, dependíamos del petróleo que nos enviaban los árabes, que dejaron de ser, hace poco más de cien años, un montón de pueblos dispersos por el desierto sin más capital que millones de toneladas de arena, a ser los más ricos del mundo, gracias a los inmensos yacimientos de crudo que tenían debajo de sus pies. Al depender de ellos, cualquier conato de conflicto que se produjera en aquella parte del planeta, se convertía para nosotros en una verdadera calamidad. Ya habíamos tenido ciertas crisis de desabastecimiento de petróleo, pero aquella última nos puso a pensar en lo dependientes que éramos del oro líquido y de lo que pasaría cuando sencillamente nos cerraran el grifo y nos dijeran lacónicamente: ¡se acabó! Una pequeña revuelta en un país árabe, que terminó convertida en una verdadera revolución, produjo la crisis. La población en masa invadió las instalaciones petroleras, destruyó los oleoductos y paralizó la producción. Es increíble cómo hoy en día una cosa así, en un lugar tal pequeño y alejado de nosotros, puede afectar al mundo de esa manera. Es como pensar que una célula maligna, que ni siquiera podemos ver con nuestros ojos, puede contaminar a otras y formar, con el paso del tiempo, un tumor que termina convertido en un cáncer que atenta seriamente contra nuestra vida. Y eso fue precisamente lo que ocurrió con lo que empezó siendo una pequeña revuelta en un país árabe.

Aquel día, los millones de barriles de petróleo que necesitábamos para movernos, mover la industria y contaminar el planeta, dejaron de llegar. Al día siguiente, todo fue caos y confusión y los seres humanos, al menos en nuestra ciudad y por un momento, nos dimos cuenta lo débil que era la cuerda que sostenía el equilibrio de nuestra economía y lo poco que se necesitaba para entrar en una anarquía total. Lógicamente, los problemas y los conflictos, que lastimosamente hacen parte de nuestra naturaleza humana, empezaron a surgir muy rápidamente y los hombres mostramos que de civilizados teníamos más bien poco, y que en realidad, éramos una especie violenta y sin entrañas que vivía en una sociedad en donde primaba la ley del más fuerte o del más rico, que, para el caso, era lo mismo. ¿Qué ocurrió?  

Cuando se presentó aquella crisis del petróleo, el gobierno hizo ingentes esfuerzos por importarlo de otros lugares, y a pesar de que logró adquirir una buena cantidad, eso sí, con unos precios terriblemente especulativos y altos, apenas alcanzó para que la industria no se paralizará del todo y para mover los vehículos oficiales de gordos senadores que no estaban dispuestos a compartir sus automóviles con otros parlamentarios. Eso significó que, inicialmente, los que más sintieron la escasez del oro líquido, fueron los ciudadanos que no tenían aquellos vínculos con el Estado. Lo primero que llamó la atención por aquellos días, fueron las larguísimas filas en las gasolineras que todavía disponían de combustible. Era extraño ver en nuestra ciudad, filas enormes de kilómetros y kilómetros de autos, esperando pacientemente a que los proveyeran de gasolina, con un precio ominoso y hasta abusivo y como cereza del pastel, con la noticia, cuando llegaban al surtidor, que las gasolineras solo estaban autorizadas por el gobierno a proveer de un máximo de cinco galones por auto, ¡cómo, eso no me alcanza ni para regresar a casa!, lo siento, señor, pero esa es la orden que tenemos, a mí me importa un rábano la orden que tenga, yo no me muevo de aquí hasta que no me llene el tanque, no lo puedo hacer, señor, muchacho estúpido, claro que puede…, y así comenzaron los problemas. Pues lo que empezó siendo malas palabras y groserías, terminó convertido en golpes y vandalismo. El Estado se vio en la obligación de militarizar las gasolineras para que no se siguieran presentando altercados entre los ciudadanos.

Pero porque todo lo que está mal, por una alguna extraña razón, tiende a ponerse peor, la paciencia de los propietarios de vehículos se perdió, cuando en la última y más grande gasolinera de la ciudad, se les informó que el combustible destinado a sus autos, se había acabado, ¡cómo que se terminó, pero si acabo de ver al ministro de minas, en su auto, con cuatro escoltas motorizados!, ese no es nuestro problema, señor, sólo sé que no tenemos más gasolina y no sabemos hasta cuándo nos provean de más, entonces, para qué diablos tenemos al gobierno, sino es para solucionar los problemas de los ciudadanos. No valieron los militares en sus camiones y motos con combustible, pues como un incendio, las protestas se fueron propagando en varias partes de la ciudad y no faltaron los inadaptados que empezaron a canalizar su encono contra los negocios y los autos de los demás. En pocas horas se armó una verdadera pelea campal, entre la fuerza pública, los enojados ciudadanos y todo aquel que aprovechó la situación para protestar contra el gobierno de turno y desocupar las tiendas de electrodomésticos o de ropa.

Pero en realidad los problemas en la calle, era lo más insignificante en aquella situación, pues el Estado estaba tratando de solucionar otras dificultades que amenazaban con paralizar nuestro pequeño país y dejarnos aislados del resto del mundo. En primer lugar: el transporte público. No había combustible para mover los buses, eso hacía que muchas empresas se vieran en la necesidad de cerrar porque sus trabajadores no podían llegar a sus puestos de trabajo y todos no estaban dispuestos a desempolvar sus bicicletas y pedalear durante horas. En segundo lugar, la aviación, pues muchos de los vuelos programados para salir en esos días se cancelaron y la mayoría de aerolíneas decidieron no cumplir con los vuelos a nuestro país ante la imposibilidad de abastecer de combustibles sus aeronaves cuando aterrizaran. En tercer lugar, en pocas semanas la comida empezó a escasear en la capital y en ciudades intermedias, porque no había forma de transportar los alimentos que necesitábamos, en pocos días, el inventario que tenían las grandes superficies se agotó, pues la gente al darse cuenta de la situación corrió despavorida hacia los supermercados a comprar lo que pudiera. El gobierno utilizó los camiones militares para transportar la comida, pero no fue suficiente para la cantidad de personas que éramos. Además, todos sabemos que la agricultura moderna necesita del petróleo para funcionar y producir provisiones, al estar tan tecnificada, y gran parte de ella también se paralizó. En cuarto lugar, con el paso de los días se fue presentando un gran problema de salubridad pública, pues los camiones encargados de recoger las basuras no pudieron salir más, y los seres humanos somos unos grandes productores de basura, campeones, si me permiten la palabra, a nivel universal, además, en general tenemos la mala costumbre de no reciclar. Se pueden imaginar las imágenes de pilas y pilas de basura en cada esquina, produciendo litros y litros de lixiviados, malos olores e insectos de todo tipo. En quinto lugar, y esto era lo que más preocupaba al gobierno, fue que se empezó a paralizar la industria, pues no olvidemos que el petróleo no solo lo utilizamos para quemarlo y mandarlo a la atmósfera como dióxido de carbono, sino que es la materia prima de muchos productos que utilizamos diariamente tales como: detergentes, plásticos, calzado, asfalto, fertilizantes, lubricantes, cauchos, pinturas, fibras sintéticas, etc. Así que todas estas industrias vieron reducida dramáticamente su producción y en pocas semanas muchas de ellas tuvieron que cerrar.

Al conflicto en Arabia no se le veía una pronta solución y esto había ocasionado que el barril de petróleo subiera a un precio nunca antes visto en la historia. Los países productores estaban haciendo su agosto, mientras que los países consumidores sufríamos terriblemente por la situación. En medio de esa crisis, sin embargo, hubo algo que muy pocos notaron, el aire que respirábamos estaba menos contaminado  y la atmósfera se veían menos gris. En medio de semejantes problemas, el aire o la atmósfera, como decía uno de los señores en la gasolinera, importa un rábano, pero no debería ser así. Porque, lo queramos o no, la producción petrolera, con el paso de los años, irá bajando y cada vez será más difícil encontrar hidrocarburos y los que se encuentren estarán en lugares cada vez más inaccesibles, en menor cantidad e implicará mayor costos extraerlos y cuando esto ocurra, la humanidad se enfrentará a un desafío sin parangón en su historia, un desafío que tarde o temprano tendremos que asumir. Y eso pensé que había ocurrido terminada la crisis, pues después de que regresaron los barriles de los árabes y las cosas empezaron a volver a la normalidad, el presidente de turno llamó a un sin número de especialista del tema energético, yo estuve invitado entre ellos, y nos dijo: necesitamos energías alternativas en nuestro país que nos ayuden a no depender tanto del petróleo, ¿qué proponen? Entonces, empezamos un trabajo muy serio que llevó varios años y que finalmente nos condujo a ningún lado, pues cuando estábamos avanzando en propuestas claras y concretas, se produjo el asesinato de Erick.

Uno de los elementos fundamentales para que funcione la civilización actual es indudablemente la energía. Necesitamos producirla de alguna manera, para que podamos seguir moviendo todos los engranajes que hacen posible nuestras modernas sociedades y así seguir disfrutando una existencia bastante antropocéntrica, en donde importa un pito el planeta o el resto de especies que comparten la Tierra con nosotros. Durante muchos siglos quemamos madera para producirla, luego carbón y ahora estamos en la era del petróleo, era, como decía algunos párrafos anteriores, que estamos no muy lejos de terminar. Y por eso surge la pregunta: ¿y después qué?, ¿de dónde vamos a sacar la energía que necesitamos para seguir manteniendo nuestras ciudades y nuestro estilo de vida? Esa fue precisamente la pregunta que nos hizo el presidente cuando nos convocó, en uno de los salones de conferencias de la casa de gobierno, aquella mañana. Para mí resultó agradable encontrarme de nuevo con colegas que hacía mucho tiempo no veía, pero que sin embargo, de los cuales conocía sus trabajos e investigaciones. Todos los que estábamos reunidos aquel día, teníamos algo en común, y era que nuestros campos de investigación transitaban por las llamadas: “energías limpias”. Había expertos en: energía solar, eólica, hidroeléctrica, geotérmica, mareomotriz, undimotriz, biomasa, biocombustibles y otros temas anejos, no solo muy interesantes e innovadores, sino terriblemente actuales e importantes para el futuro de nuestra especie.

La primera semana la utilizamos para hacer un diagnóstico del desarrollo y utilización de este tipo de energías en nuestro país. La conclusión no pudo ser peor: no teníamos prácticamente nada referente al tema, a excepción, de una empresa del norte que estaba funcionando con energía eólica y había construido una gran cantidad de aerogeneradores. Lo demás no existía. Así que dependíamos exclusivamente de combustibles fósiles, y la reciente crisis del petróleo, por la que habíamos pasado, nos había mostrado lo que pasaría en el futuro si seguíamos por eso camino. Erick Mills, era un orgullo nacional, así no lo conociera casi nadie en nuestro país. Siempre me resultó paradójico que fueran más importantes, para nuestros ciudadanos, las hazañas de un tipo que se ganaba la vida dándole patadas a un balón, en un club europeo, o las giras de nuestras cantantes de rock, que se la pasaban moviendo las caderas como prostitutas holandesas y cantando estupideces sin sentido, que el trabajo de un hombre como Erick. Él había dedicado todo su vida a desarrollar biocombustibles y energías alternativas, incluso había sido el pionero en el tema en el continente. En nuestros noticieros, que en realidad eran una especie de programas de chismes con algo de información y deportes, ni siquiera se había mencionado el auto de nitrógeno que había desarrollado Erick y que se estaba empezando a comercializar en Japón, Canadá, Francia y otra cantidad impresionante de países. Él, incluso, tuvo que emigrar a Japón, porque en nuestra obtusa nación, no se apoyó su trabajo. Por eso, verlo aquella mañana, me llenó de alegría; Erick, a pesar de todo, no guardaba rencor de ningún tipo, sino que estaba feliz de poder colaborar con su país.

Y ese campo de Erick fue el primero que abordamos en aquellas reuniones de expertos, que eran más unas deliciosas veladas de viejos amigos hablando de temas interesantes. La crisis por la que habíamos pasado nos había mostrado la necesidad de tener vehículos que no utilizaran gasolina, sino otro tipo de combustibles. Así que Erick era el indicado para que empezáramos a introducir en nuestro país: autos eléctricos, hídricos, que utilizaran nitrógeno o bioetanol, u otros sustitutos del petróleo. El primer problema que debíamos sortear, además de los estrictamente técnicos, eran los impuestos. Hasta ahora no se habían introducido carros de este tipo, por la cantidad impresionante de aranceles que tenían que pagar. Y lógicamente, la gente por más conciencia ecológica que tuviera, no estaba dispuesta a adquirir un auto que valía dos veces más que uno tradicional. Nos reunimos con el ministro de hacienda y el de comercio y después de varios días de discusiones, se comprometieron con nosotros a tramitar en el congreso un proyecto de ley que levantara los aranceles a esos vehículos. Esto, aunque parecía poco, era un paso muy importante, porque en una encuesta que se hizo por esos días, se mostró que una cantidad nada deleznable de ciudadanos, estaba dispuesta a adquirir esos vehículos si llegaban a un precio razonable.

Toda la mesa de trabajo estaba muy contenta con este primer logro y mientras esperábamos la respuesta de nuestros honorables legisladores, seguimos avanzando en otros proyectos que permitiera, no solo a los automotores, sino a la industria en general, funcionar sin un apego tan excesivo al oro líquido; sin embargo, todos no estaban tan felices como nosotros. Los primeros en quejarse fueron las grandes compañías importadoras de autos. Ellos manifestaron que no era justo que se le quitaran los impuestos a ese tipo de automóviles, mientras ellos sí tenían que pagarlos, y esgrimieron otra serie de razones, algunas muy válidas, pero la mayoría bastante ilógicas, en contra del proyecto. El gobierno no les hizo mucho caso, e incluso los invitó para que hicieran parte del negocio de autos de ese tipo, pero ninguno quiso responder a la invitación. Todo iba bien con el proyecto de ley, sin embargo, de un momento a otro, se empezó a estancar. Algunos periodistas lograron investigar que las compañías automotrices y algunas petroleras, habían sobornado a varios legisladores con grandes sumas de dinero, y por eso, algo que iba tan bien, sencillamente se fue archivando y convirtiendo en uno de los tantos proyectos que anualmente echan a la papelera de reciclaje nuestros legisladores.

Erick no se desanimó, sino que empezó la fabricación de este tipo de vehículos. Los contactos que tenía en el exterior eran enormes e influyentes y además, se dio cuenta que casi todas las partes que necesitaba para construir, inicialmente, autos eléctricos, las podía conseguir en el país. Recuerdo cuando nos dijo: si los fabricamos aquí, no tenemos necesidad de importarlos y nos ahorramos los impuestos. Y así empezó nuestra ofensiva, pero no tuvimos ningún apoyo estatal, porque el gobierno, que inicialmente había empezado muy entusiasmado con nuestro trabajo, nos fue abandonando paulatinamente, y finalmente todo el apoyo se fue por el grifo. La mayoría de mis colegas, lastimosamente, tuvieron que marcharse, porque el gobierno no siguió financiando el proyecto y ellos, por más comprometidos que estuvieran con el país, necesitaban vivir de algo. Pero lo que hizo que todo se fuera para el garete, sin lugar a dudas, fue el asesinato de Erick. Nunca se investigó los móviles, ni hubo capturas y solo se habló de él muy de pasada en uno de los noticieros de la noche, porque la noticia de aquel día fue que a una de nuestras actrices, que llevaba varios años en Hollywood, la había elegido la revista People como la poseedora de las tetas más hermosas del planeta.

Después del entierro de Erick, el grupo de trabajo se deshizo, y todos volvieron a sus investigaciones en el extranjero. Yo, inicialmente, me resistí, pues sentía que tenía un deber moral con mi amigo asesinado. Así que retome su proyecto sin importarme nada, pero un día tuve que parar, después de que mi esposa llegó a casa inconsolable, contándome que unos hombres la habían abordado en el parque, mientras paseaba a nuestro perro, para decirle que si no paraba con mi proyecto correríamos la misma suerte que Erick. Los muy miserables asesinaron a nuestro viejo y querido canino, y al ver a Elizabeth, mi esposa, con el cadáver de Titán, toda untada de sangre, comprendí que no podía ponerla en riesgo y que era hora, lastimosamente, de abandonar ese país de mierda.

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