Por: Mauricio Rincón Andrade
A Luciana Sofía
“Hoy, el
mundo consume aproximadamente 86 millones de barriles de petróleo al día, solo
Estados Unidos consume 20 millones diarios, no olvidemos que un barril equivale
a 159 litros. Esta cantidad de consumo de petróleo hace que diariamente
contaminemos la atmósfera con dióxido de carbono. La proporción por millón de
este gas a principios del siglo XX era de 280, hoy estamos alrededor de 380, es
decir, que en los últimos cien años hemos contaminado más el planeta que en
todos los siglos anteriores de la historia de la humanidad. Pero no solo es el
dióxido de carbono, sino que la industria y otros sectores de nuestra moderna
economía, diariamente inundan la atmósfera con dióxido de azufre, monóxido de
nitrógeno, monóxido de carbono, por solo mencionar algunos, sin incluir la
cantidad de metano que aporta el sector ganadero a este desesperanzador
panorama. Todos estos contaminantes deterioran el ambiente y se va a producir,
a corto plazo, si seguimos a este ritmo, un recalentamiento global, un aumento
del nivel de las aguas de los océanos y unos cambios climáticos que
transformaran radicalmente las condiciones de vida del planeta como lo
conocemos.”
Mientras dictaba mi conferencia en aquel congreso
sobre cambio climático, no podía dejar de ver el rostro de algunos jóvenes
aburridos e indiferentes que me veían como un profeta de catástrofes que
hablaba de cosas que nunca pasarían, o como si estuviera hablando de Venus o de
Marte, o como si ellos o sus hijos no se fueran a ver afectados por lo que le
estábamos haciendo al planeta. No faltaba gente interesada en el tema, pero en
general, era la minoría. No podía evitar sentirme frustrado al comprobar que la
vida moderna nos había creado tal cantidad de falsas necesidades y compromisos
de todo tipo, que no nos dejaba un solo minuto para pensar que los recursos,
que utilizábamos diaria y discriminadamente, eran finitos y que se podían
empezar a acabar en cualquier momento. Solo pensamos en ello, al menos por un
tiempo, con la crisis del petróleo que se produjo en nuestro país. Voy a contar
el cuento.
Empezó siendo un día normal es nuestra gigante y
ajetreada ciudad. En las primeras horas de la mañana el tráfico se convertía en
un infierno chiquito y los autos invadían la capital como hormigas a su
colmena; las cifras de ventas de vehículos alegraban a las compañías del sector
y a los ministros de comercio y hacienda de turno, porque significaba más
gastos y más impuestos para los ingenuos compradores. Pero para los que
compraban un auto era una maldición, una maldita decisión tomada más con el
corazón que con la razón. Sencillamente, y eso lo comprobamos tarde, en nuestra
ciudad, por más enorme que fuera, no cabía un auto más y resultaba frustrante
tener un vehículo con 2000 cm3, 4 cilindros en línea y 16 válvulas y transitar a
20 km por hora tras una fila enorme, muy enorme, de autos de todas las marcas y
colores. Y eso no era lo peor, sino que nuestros vehículos diariamente estaban
enviando a la atmósfera grandes emisiones de dióxido de carbono, colaborando
con ello a que el aire que respirábamos fuera un veneno invisible que llenaba
nuestros pulmones y el de nuestros hijos.
Al ser un país importador, dependíamos del
petróleo que nos enviaban los árabes, que dejaron de ser, hace poco más de cien
años, un montón de pueblos dispersos por el desierto sin más capital que
millones de toneladas de arena, a ser los más ricos del mundo, gracias a los
inmensos yacimientos de crudo que tenían debajo de sus pies. Al depender de
ellos, cualquier conato de conflicto que se produjera en aquella parte del
planeta, se convertía para nosotros en una verdadera calamidad. Ya habíamos
tenido ciertas crisis de desabastecimiento de petróleo, pero aquella última nos
puso a pensar en lo dependientes que éramos del oro líquido y de lo que pasaría
cuando sencillamente nos cerraran el grifo y nos dijeran lacónicamente: ¡se
acabó! Una pequeña revuelta en un país árabe, que terminó convertida en una
verdadera revolución, produjo la crisis. La población en masa invadió las
instalaciones petroleras, destruyó los oleoductos y paralizó la producción. Es
increíble cómo hoy en día una cosa así, en un lugar tal pequeño y alejado de
nosotros, puede afectar al mundo de esa manera. Es como pensar que una célula
maligna, que ni siquiera podemos ver con nuestros ojos, puede contaminar a
otras y formar, con el paso del tiempo, un tumor que termina convertido en un
cáncer que atenta seriamente contra nuestra vida. Y eso fue precisamente lo que
ocurrió con lo que empezó siendo una pequeña revuelta en un país árabe.
Aquel día, los millones de barriles de petróleo
que necesitábamos para movernos, mover la industria y contaminar el planeta,
dejaron de llegar. Al día siguiente, todo fue caos y confusión y los seres
humanos, al menos en nuestra ciudad y por un momento, nos dimos cuenta lo débil
que era la cuerda que sostenía el equilibrio de nuestra economía y lo poco que
se necesitaba para entrar en una anarquía total. Lógicamente, los problemas y
los conflictos, que lastimosamente hacen parte de nuestra naturaleza humana,
empezaron a surgir muy rápidamente y los hombres mostramos que de civilizados
teníamos más bien poco, y que en realidad, éramos una especie violenta y sin
entrañas que vivía en una sociedad en donde primaba la ley del más fuerte o del
más rico, que, para el caso, era lo mismo. ¿Qué ocurrió?
Cuando se presentó aquella crisis del petróleo,
el gobierno hizo ingentes esfuerzos por importarlo de otros lugares, y a pesar
de que logró adquirir una buena cantidad, eso sí, con unos precios
terriblemente especulativos y altos, apenas alcanzó para que la industria no se
paralizará del todo y para mover los vehículos oficiales de gordos senadores
que no estaban dispuestos a compartir sus automóviles con otros parlamentarios.
Eso significó que, inicialmente, los que más sintieron la escasez del oro
líquido, fueron los ciudadanos que no tenían aquellos vínculos con el Estado.
Lo primero que llamó la atención por aquellos días, fueron las larguísimas
filas en las gasolineras que todavía disponían de combustible. Era extraño ver
en nuestra ciudad, filas enormes de kilómetros y kilómetros de autos, esperando
pacientemente a que los proveyeran de gasolina, con un precio ominoso y hasta
abusivo y como cereza del pastel, con la noticia, cuando llegaban al surtidor,
que las gasolineras solo estaban autorizadas por el gobierno a proveer de un
máximo de cinco galones por auto, ¡cómo, eso no me alcanza ni para regresar a
casa!, lo siento, señor, pero esa es la orden que tenemos, a mí me importa un
rábano la orden que tenga, yo no me muevo de aquí hasta que no me llene el
tanque, no lo puedo hacer, señor, muchacho estúpido, claro que puede…, y así
comenzaron los problemas. Pues lo que empezó siendo malas palabras y groserías,
terminó convertido en golpes y vandalismo. El Estado se vio en la obligación de
militarizar las gasolineras para que no se siguieran presentando altercados
entre los ciudadanos.
Pero porque todo lo que está mal, por una alguna
extraña razón, tiende a ponerse peor, la paciencia de los propietarios de
vehículos se perdió, cuando en la última y más grande gasolinera de la ciudad,
se les informó que el combustible destinado a sus autos, se había acabado,
¡cómo que se terminó, pero si acabo de ver al ministro de minas, en su auto,
con cuatro escoltas motorizados!, ese no es nuestro problema, señor, sólo sé
que no tenemos más gasolina y no sabemos hasta cuándo nos provean de más,
entonces, para qué diablos tenemos al gobierno, sino es para solucionar los
problemas de los ciudadanos. No valieron los militares en sus camiones y motos
con combustible, pues como un incendio, las protestas se fueron propagando en
varias partes de la ciudad y no faltaron los inadaptados que empezaron a
canalizar su encono contra los negocios y los autos de los demás. En pocas
horas se armó una verdadera pelea campal, entre la fuerza pública, los enojados
ciudadanos y todo aquel que aprovechó la situación para protestar contra el
gobierno de turno y desocupar las tiendas de electrodomésticos o de ropa.
Pero en realidad los problemas en la calle, era
lo más insignificante en aquella situación, pues el Estado estaba tratando de
solucionar otras dificultades que amenazaban con paralizar nuestro pequeño país
y dejarnos aislados del resto del mundo. En primer lugar: el transporte
público. No había combustible para mover los buses, eso hacía que muchas
empresas se vieran en la necesidad de cerrar porque sus trabajadores no podían
llegar a sus puestos de trabajo y todos no estaban dispuestos a desempolvar sus
bicicletas y pedalear durante horas. En segundo lugar, la aviación, pues muchos
de los vuelos programados para salir en esos días se cancelaron y la mayoría de
aerolíneas decidieron no cumplir con los vuelos a nuestro país ante la
imposibilidad de abastecer de combustibles sus aeronaves cuando aterrizaran. En
tercer lugar, en pocas semanas la comida empezó a escasear en la capital y en
ciudades intermedias, porque no había forma de transportar los alimentos que
necesitábamos, en pocos días, el inventario que tenían las grandes superficies
se agotó, pues la gente al darse cuenta de la situación corrió despavorida
hacia los supermercados a comprar lo que pudiera. El gobierno utilizó los
camiones militares para transportar la comida, pero no fue suficiente para la
cantidad de personas que éramos. Además, todos sabemos que la agricultura
moderna necesita del petróleo para funcionar y producir provisiones, al estar
tan tecnificada, y gran parte de ella también se paralizó. En cuarto lugar, con
el paso de los días se fue presentando un gran problema de salubridad pública,
pues los camiones encargados de recoger las basuras no pudieron salir más, y
los seres humanos somos unos grandes productores de basura, campeones, si me
permiten la palabra, a nivel universal, además, en general tenemos la mala
costumbre de no reciclar. Se pueden imaginar las imágenes de pilas y pilas de
basura en cada esquina, produciendo litros y litros de lixiviados, malos olores
e insectos de todo tipo. En quinto lugar, y esto era lo que más preocupaba al
gobierno, fue que se empezó a paralizar la industria, pues no olvidemos que el
petróleo no solo lo utilizamos para quemarlo y mandarlo a la atmósfera como
dióxido de carbono, sino que es la materia prima de muchos productos que
utilizamos diariamente tales como: detergentes, plásticos, calzado, asfalto,
fertilizantes, lubricantes, cauchos, pinturas, fibras sintéticas, etc. Así que
todas estas industrias vieron reducida dramáticamente su producción y en pocas
semanas muchas de ellas tuvieron que cerrar.
Al conflicto en Arabia no se le veía una pronta
solución y esto había ocasionado que el barril de petróleo subiera a un precio
nunca antes visto en la historia. Los países productores estaban haciendo su
agosto, mientras que los países consumidores sufríamos terriblemente por la
situación. En medio de esa crisis, sin embargo, hubo algo que muy pocos
notaron, el aire que respirábamos estaba menos contaminado y la atmósfera
se veían menos gris. En medio de semejantes problemas, el aire o la atmósfera,
como decía uno de los señores en la gasolinera, importa un rábano, pero no
debería ser así. Porque, lo queramos o no, la producción petrolera, con el paso
de los años, irá bajando y cada vez será más difícil encontrar hidrocarburos y
los que se encuentren estarán en lugares cada vez más inaccesibles, en menor
cantidad e implicará mayor costos extraerlos y cuando esto ocurra, la humanidad
se enfrentará a un desafío sin parangón en su historia, un desafío que tarde o
temprano tendremos que asumir. Y eso pensé que había ocurrido terminada la
crisis, pues después de que regresaron los barriles de los árabes y las cosas
empezaron a volver a la normalidad, el presidente de turno llamó a un sin
número de especialista del tema energético, yo estuve invitado entre ellos, y
nos dijo: necesitamos energías alternativas en nuestro país que nos ayuden a no
depender tanto del petróleo, ¿qué proponen? Entonces, empezamos un trabajo muy
serio que llevó varios años y que finalmente nos condujo a ningún lado, pues
cuando estábamos avanzando en propuestas claras y concretas, se produjo el
asesinato de Erick.
Uno de los elementos fundamentales para que
funcione la civilización actual es indudablemente la energía. Necesitamos
producirla de alguna manera, para que podamos seguir moviendo todos los
engranajes que hacen posible nuestras modernas sociedades y así seguir
disfrutando una existencia bastante antropocéntrica, en donde importa un pito
el planeta o el resto de especies que comparten la Tierra con nosotros. Durante
muchos siglos quemamos madera para producirla, luego carbón y ahora estamos en
la era del petróleo, era, como decía algunos párrafos anteriores, que estamos
no muy lejos de terminar. Y por eso surge la pregunta: ¿y después qué?, ¿de
dónde vamos a sacar la energía que necesitamos para seguir manteniendo nuestras
ciudades y nuestro estilo de vida? Esa fue precisamente la pregunta que nos
hizo el presidente cuando nos convocó, en uno de los salones de conferencias de
la casa de gobierno, aquella mañana. Para mí resultó agradable encontrarme de
nuevo con colegas que hacía mucho tiempo no veía, pero que sin embargo, de los
cuales conocía sus trabajos e investigaciones. Todos los que estábamos reunidos
aquel día, teníamos algo en común, y era que nuestros campos de investigación
transitaban por las llamadas: “energías limpias”. Había expertos en: energía
solar, eólica, hidroeléctrica, geotérmica, mareomotriz, undimotriz, biomasa,
biocombustibles y otros temas anejos, no solo muy interesantes e innovadores,
sino terriblemente actuales e importantes para el futuro de nuestra especie.
La primera semana la utilizamos para hacer un
diagnóstico del desarrollo y utilización de este tipo de energías en nuestro
país. La conclusión no pudo ser peor: no teníamos prácticamente nada referente
al tema, a excepción, de una empresa del norte que estaba funcionando con
energía eólica y había construido una gran cantidad de aerogeneradores. Lo
demás no existía. Así que dependíamos exclusivamente de combustibles fósiles, y
la reciente crisis del petróleo, por la que habíamos pasado, nos había mostrado
lo que pasaría en el futuro si seguíamos por eso camino. Erick Mills, era un
orgullo nacional, así no lo conociera casi nadie en nuestro país. Siempre me
resultó paradójico que fueran más importantes, para nuestros ciudadanos, las
hazañas de un tipo que se ganaba la vida dándole patadas a un balón, en un club
europeo, o las giras de nuestras cantantes de rock, que se la pasaban moviendo
las caderas como prostitutas holandesas y cantando estupideces sin sentido, que
el trabajo de un hombre como Erick. Él había dedicado todo su vida a
desarrollar biocombustibles y energías alternativas, incluso había sido el
pionero en el tema en el continente. En nuestros noticieros, que en realidad
eran una especie de programas de chismes con algo de información y deportes, ni
siquiera se había mencionado el auto de nitrógeno que había desarrollado Erick
y que se estaba empezando a comercializar en Japón, Canadá, Francia y otra
cantidad impresionante de países. Él, incluso, tuvo que emigrar a Japón, porque
en nuestra obtusa nación, no se apoyó su trabajo. Por eso, verlo aquella
mañana, me llenó de alegría; Erick, a pesar de todo, no guardaba rencor de
ningún tipo, sino que estaba feliz de poder colaborar con su país.
Y ese campo de Erick fue el primero que abordamos
en aquellas reuniones de expertos, que eran más unas deliciosas veladas de
viejos amigos hablando de temas interesantes. La crisis por la que habíamos
pasado nos había mostrado la necesidad de tener vehículos que no utilizaran
gasolina, sino otro tipo de combustibles. Así que Erick era el indicado para
que empezáramos a introducir en nuestro país: autos eléctricos, hídricos, que
utilizaran nitrógeno o bioetanol, u otros sustitutos del petróleo. El primer
problema que debíamos sortear, además de los estrictamente técnicos, eran los
impuestos. Hasta ahora no se habían introducido carros de este tipo, por la
cantidad impresionante de aranceles que tenían que pagar. Y lógicamente, la
gente por más conciencia ecológica que tuviera, no estaba dispuesta a adquirir
un auto que valía dos veces más que uno tradicional. Nos reunimos con el
ministro de hacienda y el de comercio y después de varios días de discusiones,
se comprometieron con nosotros a tramitar en el congreso un proyecto de ley que
levantara los aranceles a esos vehículos. Esto, aunque parecía poco, era un
paso muy importante, porque en una encuesta que se hizo por esos días, se
mostró que una cantidad nada deleznable de ciudadanos, estaba dispuesta a
adquirir esos vehículos si llegaban a un precio razonable.
Toda la mesa de trabajo estaba muy contenta con
este primer logro y mientras esperábamos la respuesta de nuestros honorables
legisladores, seguimos avanzando en otros proyectos que permitiera, no solo a
los automotores, sino a la industria en general, funcionar sin un apego tan
excesivo al oro líquido; sin embargo, todos no estaban tan felices como
nosotros. Los primeros en quejarse fueron las grandes compañías importadoras de
autos. Ellos manifestaron que no era justo que se le quitaran los impuestos a
ese tipo de automóviles, mientras ellos sí tenían que pagarlos, y esgrimieron
otra serie de razones, algunas muy válidas, pero la mayoría bastante ilógicas,
en contra del proyecto. El gobierno no les hizo mucho caso, e incluso los
invitó para que hicieran parte del negocio de autos de ese tipo, pero ninguno
quiso responder a la invitación. Todo iba bien con el proyecto de ley, sin
embargo, de un momento a otro, se empezó a estancar. Algunos periodistas
lograron investigar que las compañías automotrices y algunas petroleras, habían
sobornado a varios legisladores con grandes sumas de dinero, y por eso, algo
que iba tan bien, sencillamente se fue archivando y convirtiendo en uno de los
tantos proyectos que anualmente echan a la papelera de reciclaje nuestros legisladores.
Erick no se desanimó, sino que empezó la
fabricación de este tipo de vehículos. Los contactos que tenía en el exterior
eran enormes e influyentes y además, se dio cuenta que casi todas las partes
que necesitaba para construir, inicialmente, autos eléctricos, las podía
conseguir en el país. Recuerdo cuando nos dijo: si los fabricamos aquí, no
tenemos necesidad de importarlos y nos ahorramos los impuestos. Y así empezó
nuestra ofensiva, pero no tuvimos ningún apoyo estatal, porque el gobierno, que
inicialmente había empezado muy entusiasmado con nuestro trabajo, nos fue
abandonando paulatinamente, y finalmente todo el apoyo se fue por el grifo. La
mayoría de mis colegas, lastimosamente, tuvieron que marcharse, porque el
gobierno no siguió financiando el proyecto y ellos, por más comprometidos que
estuvieran con el país, necesitaban vivir de algo. Pero lo que hizo que todo se
fuera para el garete, sin lugar a dudas, fue el asesinato de Erick. Nunca se
investigó los móviles, ni hubo capturas y solo se habló de él muy de pasada en
uno de los noticieros de la noche, porque la noticia de aquel día fue que a una
de nuestras actrices, que llevaba varios años en Hollywood, la había elegido la
revista People como la poseedora de las tetas más hermosas del planeta.
Después del entierro de Erick, el grupo de
trabajo se deshizo, y todos volvieron a sus investigaciones en el extranjero.
Yo, inicialmente, me resistí, pues sentía que tenía un deber moral con mi amigo
asesinado. Así que retome su proyecto sin importarme nada, pero un día tuve que
parar, después de que mi esposa llegó a casa inconsolable, contándome que unos
hombres la habían abordado en el parque, mientras paseaba a nuestro perro, para
decirle que si no paraba con mi proyecto correríamos la misma suerte que Erick.
Los muy miserables asesinaron a nuestro viejo y querido canino, y al ver a
Elizabeth, mi esposa, con el cadáver de Titán, toda untada de sangre,
comprendí que no podía ponerla en riesgo y que era hora, lastimosamente, de
abandonar ese país de mierda.
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