A Luciana Sofía
Por: Mauricio Rincón Andrade
“6LL3, o mejor
conocida como Dolly, una hermosa oveja Finn Dorset fue presentada en sociedad
el 27 de febrero de 1997 en la revista científica Nature. Este acontecimiento abrió un camino que ha sabido
aprovechar muy bien las productoras de Hollywood, las casas editoriales,
algunos movimientos seudo-religiosos y hasta cientos de artistas de todo tipo:
la clonación de seres humanos. Un hecho que ya ha dejado de pertenecer a la
ciencia ficción y que, tarde o temprano, será una realidad -si es que ya no lo
es en algún laboratorio subrepticio de nuestro planeta-. Ian Wilmut, con su
“receta”, abrió una puerta que difícilmente será cerrada, una puerta que no
sabemos a dónde nos conducirá […]” Este párrafo es un fragmento de uno de
los discursos del doctor Wilson Grazer, una eminencia mundial sobre el tema de
la clonación y un acérrimo contradictor sobre la posibilidad de la clonación
humana. En todas las conferencias que dictaba alrededor del planeta, no perdía
la oportunidad de “concienciar al mundo”, como decía él, sobre lo peligroso que
podría resultar transitar por ese camino. Cuando fui a entrevistarlo en su casa
de Edimburgo, me encontré con un hombre prepotente, de pocas palabras, que me
hizo esperarlo por más de una hora y que accedió a hablar conmigo solamente
porque mi padre era amigo de uno de sus mecenas. Además, un pastor alemán nos
acompañó todo el tiempo y sólo Dios sabe la fobia que les tengo a esos
animales. Fue la entrevista más difícil de toda mi carrera. No me dijo gran
cosa y sólo me remitió a una serie de artículos por Internet que hablaban sobre
él. Fueron los treinta minutos más largos de toda mi vida. El hombre con que me
topé no cuadraba con la imagen que daba en sus conferencias de bonachón, de
buen humor y con una gran conciencia humana y social. Éste no puede ser el
mismo tipo, pensaba mientras su mayordomo me conducía a la puerta. Cuando ya
iba a salir, hubo algo que me llamó poderosamente la atención: en una pequeña
mesa, a la entrada de la casa, tenía un sin número de fotografías, tomé una
fotografía panorámica de todas ellas con gran disgusto del mayordomo y salí. No
logré armar un artículo decente pues el doctor Wilson no me dijo nada que no se
hubiera publicado ya y además no me quiso hablar de sus últimas
investigaciones. Pero no salí con las manos vacías porque la fotografía que
tomé adquirió una importancia cardinal cuando, años más tarde, se quitó la
máscara que había llevado por tantos años. En todas las fotografías de la mesa
se encontraba el mismo tema: el doctor Wilson acompañado de un niño de unos dos
años y de un pastor alemán. Inicialmente pensé que se trataba de su sobrino,
pues él era soltero y sin hijos, pero después recordé que él era hijo único,
entonces, ¿quién era ese niño? Por Internet no encontré nada y los amigos de mi
padre no tenían idea de quién pudiera ser el chaval. Llevé la fotografía a un
laboratorio especializado en Alemania para observar con más nitidez los rostros
y lo que me encontré me dejó la sangre helada. Pero vamos por partes, primero
el perro. Por lo que había investigado, el doctor Wilson, era un amante de los
perros y especialmente de los pastores alemanes, su padre había tenido un
criadero de esa raza muy conocido en toda Europa, un perro llamado Trotsky
había sido el mayor orgullo de la familia. Por casualidad, una fotografía de
Trotsky llegó a mis manos y mi memoria inmediatamente me transportó a la larga
mañana en que traté de entrevistarlo, pues el perro que nos había acompañado
tenía el mismo aspecto que el perro que tenía en la fotografía, parece un
-recuerdo que pensé- clon. ¿Un qué?, un clon. ¡No puede ser! Revisé con más
detenimiento las fotografías y en todas ellas aparecía el doctor Wilson en
distintas etapas de su vida, desde que tenía pelo y barba hasta que estaba
completamente calvo, acompañado de Trotsky, o mejor dicho, de clones de
Trotsky. Eso no era un delito, no tenía una gran noticia, el doctor Wilson Grazer,
un experto mundial en el tema de la clonación, había clonado el perro más
famoso del criadero de su familia. Lo que sí era una bomba era lo segundo y lo
segundo era el niño. El rostro era idéntico en cada una de las fotografías, con
un corte distinto de cabello en cada una de ellas, tengo que reconocerlo,
acompañando al científico y al perro, en ese momento no lo supe, pero en
realidad no era un niño, eran varios niños, todos ellos clonados. Esa sí era
una gran noticia, el doctor Wilson Grazer, un experto mundial en el tema de la
clonación y un acérrimo contradictor de la clonación humana, la había estado
practicando por años. ¿Por qué no había sacado sus investigaciones a la luz
pública si había tenido éxito?, ¿por qué se había convertido en un abanderado
de la lucha contra la clonación humana, cuando él la había estado practicado
por tanto tiempo?, ¿de dónde había sacado el material genético necesario para
la clonación humana?, ¿quién lo estaba financiando?, ¿qué ocurrió con los
niños?, ¿por qué tenía esas fotografías ahí y no en su caja fuerte? éstas y otra gran cantidad de preguntas seguramente se pueden hacer,
sin embargo, el espacio de que disponemos no nos permite responderlas; sólo
puedo decir que, cuando me arriesgué a publicar mis conclusiones, el doctor
Wilson desapareció de la faz de la tierra, dejando una honda preocupación en la
comunidad científica sobre los alcances de sus investigaciones y un malestar en
la opinión pública sobre lo ausente que la ética se encuentra en muchos de
nuestros hombres de ciencia.
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