Por: Mauricio Rincón Andrade
A: Luciana Sofía
El niño entró presuroso a la casa y se dirigió a la cama
de la mujer. Ella abrió los ojos y vio la esperanza dibujada en el rostro de su
nieto. ¡Es un maestro, abuela! Eran ya muchos años de sufrimiento. Después de
ser una mujer activa, de mano fuerte, con una voluntad a prueba de todo y con
un carácter que haría sonrojar a cualquier levita, se había convertido, gracias
a su enfermedad, en un vestigio de ser humano, cada vez más flaca, cada vez más
amarilla, con un rostro que daba miedo y un dolor abdominal que no la dejaba
dormir y que la hacía llorar y desesperar. Su hijo había gastado una suma
importante de dinero en un médico de Jerusalén, pero él, después de verla por
unos minutos, solo musito, sin piedad alguna: no hay nada que hacer. Desde ese
día las cosas empeoraron. Ella se sentía una carga y en las últimas semanas ni
siquiera podía controlar los esfínteres. Era una tortura sentir que la mierda
se le salía del cuerpo sin apenas poder controlarlo. Un día que había quedado
sola en casa, mientras toda la familia acudía a la sinagoga, logró alcanzar un
cuchillo e intentó quitarse la vida, pero no tuvo el denuedo, cayó al piso y
lloró de impotencia y de rabia. Ese día que su nieto entró presuroso, había
tomado la decisión que lo volvería a intentar y que nada ni nadie, le impediría
que se rasgara las venas. ¡Es un maestro!, le repitió el chico. Ella lo amaba,
en realidad, en aquella ocasión que no tuvo el valor de matarse, el culpable
había sido su nieto, la imagen de aquel niño que la amaba y que la trataba con
tanto amor y respeto. Es un hombre justo y de corazón puro, pensaba la anciana.
¿A dónde me llevas, Felipe? a donde el maestro, ¿cómo sabes que es un maestro?,
porque todo el mundo está hablando de él, ¿y por qué estás tan seguro de que me
puede ayudar?, porque curó a un endemoniado, yo mismo lo vi con mis propios
ojos, muchos los vimos. Estábamos en el oficio sabático en la sinagoga, el
endemoniado empezó a increparlo y él lo calló y le ordenó que saliera de él, e
increíblemente el hombre quedó liberado; además, uno de los hijos de Simón, me
dijo que después del milagro en la sinagoga, el nazareno, ¿cuál nazareno?, pues
el maestro abuela, él es de Nazaret, de Nazaret no puede salir nada bueno, yo
creo que sí, porque él es bueno, pero como te estaba contando, mi amigo me
contó que después de eso, su padre invitó al maestro a su casa y su abuela
también estaba enferma, creo que tenía fiebres, y el maestro la curó. ¡Abuela, él te puede ayudar! La
mujer quedó conmovida por la fe de aquel niño de corazón puro, está bien amor,
vamos, no perdemos nada. Con la ayuda del niño, se levantó de la cama, el dolor
se hizo más fuerte, se sentó en el borde y colocó los pies en el suelo, pero al
intentar levantarse no pudo, no puedo, ¡claro que
puedes, abuela!, no tengo fuerzas, amor, solo tenemos que ir a casa de Simón,
abuela, cuando estaba sana, la casa de Simón era un trayecto
insignificante, hoy es como intentar caminar hasta Jerusalén, vamos, abuela, él
me dijo que estaría ahí, ¿quién?, el maestro, ¿hablaste con él?, sí, abuela,
fue muy amable, no puedo, por favor, inténtalo, mira que hay muchos enfermos
haciendo fila para poderlo ver, amor, soy una vieja inservible que lo mejor es
que muera rápido para que no siga siendo un estorbo, ¡no, abuela!, no eres eso,
eres un gran hombre, Felipe, estoy segura que tu gran corazón te llevará lejos,
serás un escriba que hará sentir orgulloso a tus padres y a mí, abuela, por
favor, inténtalo, no puedo Felipe, mi mente lo desea, pero mi cuerpo no quiere
colaborar, está cansado y solo desea descansar. Felipe empezó a llorar y su
abuela también, la conmovía el amor que su nieto sentía hacia ella, trató de
sacar fuerzas de donde no creía tener y logró ponerse de pie, el niño, se
limpió las lágrimas y fue a ayudarle, ella logró dar un paso, pero no pudo
mantener el equilibrio y fue a caer al piso junto con el niño, en ese momento,
sintió que unas manos fuertes y con cayos la levantaban, el niño también se
incorporó y casi gritando dijo: ¡maestro!